Pandemia (etim.): Unión de toda la población.
(Med.):
Enfermedad que afecta a un gran número
de países
o habitantes.
PODEMOS DESAPARECER DEL PLANETA MÁS
FÁCILMENTE DE LO QUE PENSAMOS
Lo principal y quizás más evidente que podemos aprender de la actual
pandemia mundial es nuestra tremenda fragilidad como especie. Nuestra
fragilidad como individuos ya la conocíamos, aunque tenemos una marcada
tendencia a ignorarla. Sabemos que podemos morir en cualquier momento, no solo por
vejez las personas de edad avanzada (de manera, digamos, «natural»: por fallo
multiorgánico o desgaste general del organismo), sino de forma inesperada y a
cualquier edad, por enfermedad, por algún problema congénito, por accidente… No
obstante, no solemos pensar en ello, quizás en parte porque estamos
acostumbrados a ver como la vida sigue fluyendo a nuestro alrededor,
impertérrita ante la desaparición inevitable, pero ocasional y espaciada, de individuos
que a la larga son reemplazados por otros, subsistiendo en el tiempo y en el
espacio las comunidades, proyectos e instituciones. En cambio, la irrupción de
una pandemia de consecuencias mortales es algo muy distinto. Sucumben muchos,
en gran número, en espacios próximos y en intervalos muy cortos, poniendo en
peligro la supervivencia de todo, incluidas las estructuras sociales que, de
pronto recordamos, están hechas de individuos.
La humanidad ha conocido pandemias con anterioridad, algunas no hace mucho tiempo,
y algunas también mortales. Pero en su mayoría han estado circunscritas a
determinados países o regiones, o a ciertos grupos poblacionales. La peor y la más
extensa de las que se tiene noticia, que no respetó espacios ni grupos humanos,
mató en el siglo XIV a unas 100 millones de personas, uno de cada tres
habitantes de Asia, Europa y África (en algunas ciudades, como Florencia, solo
sobrevivió una de cada cinco personas). Fue la temida peste negra de la Edad
Media. Pero eso es el pasado. Está en los libros de historia, y en internet,
para quien quiera saberlo. En una época en la que, juzgando por nuestros
parámetros actuales, se desconocía casi todo, y se ignoraba cómo combatir el
mal, la gente recurría a remedios caseros ineficaces. Quemaba los cadáveres
amontonados en las calles. Rezaba, impotente. Huía de las poblaciones diezmadas,
sin saber y sin tener adónde ir. Hoy, además de internet, que lleva información
instantánea a todos los lugares del planeta donde haya líneas telefónicas o recepción
por satélite, contamos con adelantos médicos, científicos y tecnológicos como
nunca antes en la historia. Y desde el último cuarto del siglo pasado el mundo
no había conocido ninguna pandemia de proporciones globales. Así que esta nos
cogió por sorpresa.
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