domingo, 21 de febrero de 2021

Entrevista: Sobre la felicidad

¿Qué es la felicidad? ¿Se puede ser feliz en la vida? ¿Se puede ser feliz en el trabajo?

 

La felicidad: ¿una actitud mental? 

¿La felicidad es la meta o el camino? ¿Se puede ser feliz cuando otros no lo son?

¿Es compatible la felicidad con la productividad en la empresa? 

¿Tiene sentido hablar de políticas de felicidad? ¿Se puede negociar la felicidad en el lugar de trabajo? 

 

 
(Imagen cortesía de Gino Crescoli, Pixabay)

Entrevista a Roberto R Bravo por Sergi Bonilla, director de Creantum International Group


lunes, 15 de febrero de 2021

CUESTIONES POLÍTICAS SUSCITADAS POR LA COVID-19 (5)

 Viene de... Cuestiones políticas (4)

 

LOS PAÍSES POBRES Y LAS VACUNAS

 

La diferencia entre países ricos y pobres va más allá de meras desigualdades en el PIB, sea nominal o per cápita, pudiendo llegar en muchos casos a significar claras desventajas para los últimos en muchos terrenos, debidas entre otras cosas al superior desarrollo tecnológico de los primeros.

 

Durante la epidemia de gripe aviar que se extendió por el mundo entre los años 2005 a 2007 (causada por el virus de la influenza A-H5N1), que tuvo entre los infectados la elevada tasa de mortalidad del 81%, Indonesia, debido a su limitada capacidad de diagnóstico, envió muestras para examen a algunas sedes locales de laboratorios internacionales afiliados a la Organización Mundial de la Salud. Muestras que, en algunos casos, fueron enviadas al exterior por esos laboratorios sin informar al país de origen. Como resultado, algunas empresas farmacéuticas pudieron desarrollar vacunas y tratamientos que se aplicaron en los países industrializados, a los que Indonesia y otros países afectados no podían acceder por su alto costo. La respuesta de Indonesia, aparte de acusar a Estados Unidos de aprovechar las muestras con el objetivo de una eventual arma biológica, fue interrumpir su distribución, invocando su derecho a obtener los beneficios derivados de la investigación basada en un «recurso biológico» proporcionado por su país. Dejando de lado que Indonesia pudo haber acudido a los tribunales y organismos internacionales en lugar de suspender el suministro de muestras que podían ayudar a salvar vidas (quizás queriendo evitar la burocracia de esas instancias o la decisiva influencia sobre estas de los países desarrollados), la situación puso de manifiesto tanto la necesidad de colaboración entre los distintos países ante una amenaza que desconoce fronteras, como las diferencias entre países pobres y desarrollados más allá de la capacidad adquisitiva, ya que hubo un claro aprovechamiento de material y de información con fines puramente egoístas, privando el criterio unilateral del país industrializado. Una situación similar se produjo en 2014 durante el mayor brote de ébola conocido hasta hoy en África occidental. Si bien en ese caso hubo una importante colaboración de los países desarrollados, tanto a través de organismos oficiales como de ONGs, algunos países, como Canadá, rehusaron devolver las muestras biológicas obtenidas pretextando motivos de seguridad, lo que privó a los países originarios de un material de estudio al que tenían innegable derecho. La disputa internacional ha generado diversas propuestas legales y algunas normativas complejas aún carentes de unanimidad, si bien existe un consenso general respecto a la necesidad de compartir tanto la información como los beneficios de la investigación biológica (véase el artículo de Michelle Rourke: Virus for Sale).

 

En el caso de las vacunas ya existentes contra la COVID-19 y las que se están desarrollando, los países industrializados ya han comprado a los laboratorios cantidades suficientes para vacunar más de una vez a toda su población, lo que ha hecho temer que otra vez los países ricos lleguen a acaparar la mayor parte de los beneficios, dejando a los países pobres con las peores consecuencias. Para evitar esto, la OMS propuso en abril de 2020 la cooperación de todos los países y de organismos públicos y privados para la creación de un banco internacional de vacunas contra la COVID (COVAX) que asignara los fondos aportados a los laboratorios participantes a cambio del compromiso de distribuir mundialmente las vacunas en función de las necesidades, no de los aportes económicos realizados. Esta vez, la reacción del mundo industrializado ha sido positiva. Para mediados de diciembre de 2020 el número de países participantes en el programa COVAX, contando algunos de los más ricos, ascendía a 190, y se hacen planes para distribuir unos 1300 millones de dosis a 92 países de ingresos bajos a medio-bajos en el primer trimestre de 2021, con la intención de que hacia finales de este mismo año se hayan suministrado al menos 2000 millones de dosis, consideradas suficientes para vacunar a un 20% de la población mundial, entre personas vulnerables y de alto riesgo, y personal sanitario. Como ha expresado el director general de la OMS, es esencial empezar por vacunar «a algunas personas en todos los países, en lugar de a todas las personas de algunos países» ya que, en un mundo interconectado como el actual, todos los países estarán sanos o no lo estará ninguno.

 

El proyecto no impide que algunos países de altos ingresos puedan seguir comprando otras vacunas por su cuenta o que llegue a tener éxito la reclamación de un grupo de países en desarrollo, apoyados por ONGs y organismos internacionales, de una vacuna «universal» libre de patentes que cualquiera pueda fabricar sin el pago de derechos, como se hizo con la vacuna de la polio. Tampoco es un secreto para nadie que la ayuda externa no ha carecido nunca de interés geopolítico. Está claro que quien ofreciera más vacunas y más baratas a los países menos favorecidos podría aspirar a una mayor influencia en determinadas regiones. Rusia y China ya se han lanzado a esta nueva carrera por la hegemonía. Por su parte, Canadá, que ha comprado anticipadamente dosis para vacunar a toda su población unas cinco o seis veces, ha anunciado que está dispuesta a compartir sus excedentes con el resto del mundo. Otro tanto han asegurado Estados Unidos y varios países de la Unión Europea, cuyas compras anticipadas alcanzan para vacunar tres y dos veces, respectivamente, a toda su población. Pero por encima de diferencias adquisitivas, intereses y rivalidades políticas, la actual pandemia debería ser el factor culminante de una larga serie de hechos que nos obligue a reconsiderar seriamente, a todos los niveles, la brecha entre países ricos y pobres. Porque, en un mundo cada vez más globalizado, la colaboración no es una cuestión de filantropía sino de supervivencia. 

 

La interdependencia global no es una afirmación retórica. La Northeastern University de Boston, a instancias de una de las fundaciones participantes en el programa COVAX, ha elaborado un modelo de la evolución mundial de la pandemia a partir de la complejidad de datos biológicos, sanitarios, geográficos, de desplazamientos, sociopolíticos y económicos involucrados, considerando los diversos escenarios posibles de una distribución prioritaria de vacunas a los países pudientes frente a una distribución equitativa entre todos los países del mundo. En todos los casos, la distribución proporcional de vacunas salva aproximadamente el doble de vidas a nivel global (COVID-19: A Global Perspective).

 

A la vista de la realidad de la pandemia, que viene a sumarse a otras evidencias de alcance mundial, como los estragos del cambio climático o el problema creciente de las migraciones ilegales, cabría esperar un importante cambio de actitud política, si no por razones humanitarias, simplemente egoístas. Sería un buen momento para que los países más desfavorecidos dejaran de ser recursos de mano de obra barata (a menudo infantil, o incluso esclava) para las grandes empresas multinacionales, fuentes de explotación indiscriminada y sitios donde vender, al abrigo de leyes laxas o inexistentes, productos de desecho o prohibidos en los países industrializados, terreno de pruebas para fabricantes de armas y farmacéuticas inescrupulosas…, y que la globalización sea algo más que la mera internacionalización de los mercados para seguir hinchando los ya abultados bolsillos de unos pocos.    

 

 

Continúa: Cuestiones políticas (6)

domingo, 7 de febrero de 2021

CUESTIONES POLÍTICAS SUSCITADAS POR LA COVID-19 (4)

Viene de... Cuestiones políticas (3)

 

¿Y QUÉ PASA CON LOS PAÍSES POBRES?

 

El concepto de país pobre es relativo. Sin entrar a considerar los tipos de pobreza que afectan a multitud de personas en todo el mundo,1 y si bien definir la «riqueza» exclusivamente en términos monetarios no es lo más apropiado, ya que deberíamos considerar también la esperanza de vida, la disponibilidad de servicios básicos, el acceso al conocimiento y al estudio, la diversidad de bienes culturales, y aspectos tan subjetivos como la calidad de vida y la satisfacción general de la población, dada la difícil ponderación de estos y otros factores, uno de los criterios más utilizados para medir la riqueza de los países (el cual, hasta cierto punto, permite inferir el nivel de los otros) es el Producto Interior Bruto (PIB) anual, esto es, la cantidad total de capital que genera la economía de un país durante un año. Según datos disponibles del Fondo Monetario Internacional para los años 2017-18, las 25 economías con el PIB más bajo del mundo corresponden en su mayoría a pequeños países insulares, repartidos principalmente entre la Polinesia, el Caribe y las costas africanas. No obstante, esta medida puede ser muy engañosa, ya que, al menos teóricamente, un PIB reducido pero distribuido equitativamente dentro de un país pequeño puede significar una calidad de vida aceptable para sus habitantes. Una prueba de ello es que en esta lista, junto a países tan pobres como Gambia, las islas Comoras o Guinea-Bissau, se encuentra San Marino, uno de los 25 países con más alto PIB per cápita del mundo, por encima de Estados Unidos y varios países europeos según datos del mismo FMI, y cuyo nivel general de vida le permite, entre otras cosas, ser uno de los que cuentan con mayor número de automóviles por habitante. Frente a ese concepto del PIB nominal o no distribuido, el PIB per cápita es un mejor indicador de la riqueza o la pobreza de un país, ya que expresa qué cantidad del PIB correspondería a cada habitante bajo una distribución paritaria. Aunque este índice también es engañoso, ya que puede ocultar diferencias importantes entre la población, representa mejor el promedio del nivel de vida puesto que, matemáticamente, para un PIB nominal dado, la riqueza per cápita tiende a disminuir a medida que la población es mayor. Bajo este parámetro más revelador, los países con PIB per cápita más bajos del mundo se encuentran principalmente en África. Concretamente, los 10 países más pobres del mundo, según el Informe sobre Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, son todos africanos, y de la lista del FMI de los 25 países con el PIB per cápita más bajo, 22 pertenecen a África (los otros tres están en Asia) (International Monetary Fund: World Economic Outlook Databases).

 

Más que hablar de países pobres debería hablarse de personas pobres, ya que incluso en países incuestionablemente pobres (aparezcan o no en las listas anteriores, que representan situaciones límite), como por ejemplo India, Bolivia, Camboya o Mozambique, hay multimillonarios que viven y progresan en medio de una miseria generalizada, mientras que en muchos países ricos, como Estados Unidos o Inglaterra, a menudo hay núcleos de pobreza, incluso extrema, no precisamente lejos de las ciudades importantes, y a veces en enclaves en el interior de estas.  

 

Con todo, y a pesar de que incluso los países más pobres padecen de grandes desigualdades entre sus habitantes, leyes que las permiten y una corrupción política que las alimenta ―rasgos verdaderamente pandémicos y bien distribuidos por todo el mundo―, de manera general se puede poner el rótulo de país «pobre» a aquellos en los que, aunque dispongan de importantes riquezas minerales, agrícolas o de otro tipo, estas no repercuten sobre el bienestar de su población sino que benefician solo a unos pocos privilegiados…, con efectos patéticos para el resto de su gente. Y esto se refleja de manera dramática en sus precarios servicios, en especial sanitarios, y su limitada capacidad de respuesta ante situaciones de emergencia, como algunas epidemias recientes y la actual pandemia mundial, que viene a sumarse a un largo rosario de calamidades (desde politicosociales a climáticas), en el que los países más pobres se llevan siempre la peor parte.  

 

Se ha dicho que en situaciones extremas se revela lo mejor y lo peor del ser humano. Es común que, ante desastres naturales (ciclones, terremotos, inundaciones…) y también los producidos por el hombre (accidentes catastróficos, guerras, y los desplazamientos masivos que generan…), haya quienes están dispuestos a ayudar sin pedir nada a cambio y aun mediante sacrificios personales, frente a quienes siempre encuentran formas de lucrarse con la desgracia ajena. Durante la actual pandemia mundial se han visto importantes muestras de solidaridad de particulares y empresas, organismos privados y públicos, y gobiernos. Pero también, cuando faltaron respiradores o equipos, apropiaciones y disputas entre países, además de rivalidades por asegurarse recursos sanitarios y, posteriormente, las vacunas. En momentos en que la producción inicial de vacunas contra la COVID-19 genera ciertos problemas de escasez o distribución, no han faltado quienes, aquí y allá, se saltan las obvias prioridades para situarse entre los primeros en recibir las dosis, al arropo de su posición jerárquica o estratégica en el sistema de asignaciones, o utilizando su riqueza o influencia, y también quienes aprovechan en algún sentido su poder de negociación para obtener beneficios económicos. Cabe preguntarse si en esta nueva lucha por la salud los países pobres no serán, una vez más, los peor parados.         



1 Comparativamente, la pobreza puede clasificarse como absoluta, cuando no están cubiertas ni aún las necesidades básicas, como el agua, la alimentación y la vivienda; relativa, si alude a desigualdades socioeconómicas respecto al nivel promedio existente en el entorno; o carencial, cuando una parte de la población no tiene acceso a determinados bienes o servicios.

 Continúa: Cuestiones políticas (5)