Viene de... Cuestiones políticas (4)
LOS PAÍSES POBRES Y LAS VACUNAS
La diferencia entre países ricos y pobres va más allá de meras desigualdades
en el PIB, sea nominal o per cápita, pudiendo llegar en muchos casos a
significar claras desventajas para los últimos en muchos terrenos, debidas entre
otras cosas al superior desarrollo tecnológico de los primeros.
Durante la epidemia de gripe aviar que se extendió por el mundo entre los
años 2005 a 2007 (causada por el virus de la influenza A-H5N1), que tuvo entre
los infectados la elevada tasa de mortalidad del 81%, Indonesia, debido a su
limitada capacidad de diagnóstico, envió muestras para examen a algunas sedes locales
de laboratorios internacionales afiliados a la Organización Mundial de la
Salud. Muestras que, en algunos casos, fueron enviadas al exterior por esos laboratorios
sin informar al país de origen. Como resultado, algunas empresas farmacéuticas
pudieron desarrollar vacunas y tratamientos que se aplicaron en los países industrializados,
a los que Indonesia y otros países afectados no podían acceder por su alto
costo. La respuesta de Indonesia, aparte de acusar a Estados Unidos de aprovechar
las muestras con el objetivo de una eventual arma biológica, fue interrumpir su
distribución, invocando su derecho a obtener los beneficios derivados de la
investigación basada en un
«recurso biológico»
proporcionado por su país. Dejando de lado que Indonesia pudo
haber acudido a los tribunales y organismos internacionales en lugar de suspender
el suministro de muestras que podían ayudar a salvar vidas (quizás queriendo evitar
la burocracia de esas instancias o la decisiva influencia sobre estas de los
países desarrollados), la situación puso de manifiesto tanto la necesidad de colaboración
entre los distintos países ante una amenaza que desconoce fronteras, como las diferencias
entre países pobres y desarrollados más allá de la capacidad adquisitiva, ya
que hubo un claro aprovechamiento de material y de información con fines
puramente egoístas, privando el criterio unilateral del país industrializado. Una
situación similar se produjo en 2014 durante el mayor brote de ébola conocido
hasta hoy en África occidental. Si bien en ese caso hubo una importante
colaboración de los países desarrollados, tanto a través de organismos oficiales como de ONGs, algunos países, como Canadá, rehusaron
devolver las muestras biológicas obtenidas pretextando motivos de seguridad, lo
que privó a los países originarios de un material de estudio al que tenían innegable
derecho. La disputa internacional ha generado diversas propuestas legales y algunas normativas complejas aún carentes de unanimidad, si bien existe un consenso general respecto a la necesidad de compartir tanto la información como los beneficios de la investigación biológica (véase el artículo de Michelle Rourke: Virus for Sale).
En el caso de las vacunas ya existentes contra la COVID-19 y las que se
están desarrollando, los países industrializados ya han comprado a los
laboratorios cantidades suficientes para vacunar más de una vez a toda su
población, lo que ha hecho temer que otra vez los países ricos lleguen a
acaparar la mayor parte de los beneficios, dejando a los países pobres con las
peores consecuencias. Para evitar esto, la OMS propuso en abril de 2020 la cooperación
de todos los países y de organismos públicos y privados para la creación de un
banco internacional de vacunas contra la COVID (COVAX) que asignara los fondos aportados a los
laboratorios participantes a cambio del compromiso de distribuir mundialmente las
vacunas en función de las necesidades, no de los aportes económicos realizados.
Esta vez, la reacción del mundo industrializado ha sido positiva. Para mediados
de diciembre de 2020 el número de países participantes en el programa COVAX,
contando algunos de los más ricos, ascendía a 190, y se hacen planes para
distribuir unos 1300 millones de dosis a 92 países de ingresos bajos a
medio-bajos en el primer trimestre de 2021, con la intención de que hacia
finales de este mismo año se hayan suministrado al menos 2000 millones de
dosis, consideradas suficientes para vacunar a un 20% de la población
mundial, entre personas vulnerables y de alto riesgo, y personal sanitario. Como
ha expresado el director general de la OMS, es esencial empezar por vacunar «a
algunas personas en todos los países, en lugar de a todas las personas de
algunos países» ya que, en un mundo interconectado como el actual, todos los
países estarán sanos o no lo estará ninguno.
El proyecto no impide que algunos países de altos ingresos puedan seguir comprando
otras vacunas por su cuenta o que llegue a tener éxito la reclamación de un
grupo de países en desarrollo, apoyados por ONGs y organismos internacionales,
de una vacuna «universal» libre de patentes que cualquiera pueda fabricar sin
el pago de derechos, como se hizo con la vacuna de la polio. Tampoco es un
secreto para nadie que la ayuda externa no ha carecido nunca de interés
geopolítico. Está claro que quien ofreciera más vacunas y más baratas a los
países menos favorecidos podría aspirar a una mayor influencia en determinadas
regiones. Rusia y China ya se han lanzado a esta nueva carrera por la hegemonía.
Por su parte, Canadá, que ha comprado anticipadamente dosis para vacunar a toda
su población unas cinco o seis veces, ha anunciado que está dispuesta a compartir
sus excedentes con el resto del mundo. Otro tanto han asegurado Estados Unidos
y varios países de la Unión Europea, cuyas compras anticipadas alcanzan para
vacunar tres y dos veces, respectivamente, a toda su población. Pero por encima
de diferencias adquisitivas, intereses y rivalidades políticas, la actual
pandemia debería ser el factor culminante de una larga serie de hechos que nos obligue
a reconsiderar seriamente, a todos los niveles, la brecha entre países ricos y
pobres. Porque, en un mundo cada vez más globalizado, la colaboración no es una
cuestión de filantropía sino de supervivencia.
La interdependencia global no es una afirmación retórica. La Northeastern University
de Boston, a instancias de una de las fundaciones participantes en el programa
COVAX, ha elaborado un modelo de la evolución mundial de la pandemia a partir
de la complejidad de datos biológicos, sanitarios, geográficos, de
desplazamientos, sociopolíticos y económicos involucrados, considerando los diversos
escenarios posibles de una distribución prioritaria de vacunas a los países
pudientes frente a una distribución equitativa entre todos los países del
mundo. En todos los casos, la distribución proporcional de vacunas salva aproximadamente
el doble de vidas a nivel global (COVID-19: A Global Perspective).
A la vista de la realidad de la pandemia, que viene a sumarse a otras
evidencias de alcance mundial, como los estragos del cambio climático o el
problema creciente de las migraciones ilegales, cabría esperar un importante
cambio de actitud política, si no por razones humanitarias, simplemente egoístas.
Sería un buen momento para que los países más desfavorecidos dejaran de ser
recursos de mano de obra barata (a menudo infantil, o incluso esclava) para las
grandes empresas multinacionales, fuentes de explotación indiscriminada y sitios
donde vender, al abrigo de leyes laxas o inexistentes, productos de desecho o
prohibidos en los países industrializados, terreno de pruebas para fabricantes
de armas y farmacéuticas inescrupulosas…, y que la globalización sea algo más
que la mera internacionalización de los mercados para seguir hinchando los ya
abultados bolsillos de unos pocos.
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