sábado, 10 de julio de 2021

CUESTIONES POLÍTICAS SUSCITADAS POR LA COVID-19 (6)

 Viene de... Cuestiones políticas (5)

  

 LOS NEGACIONISTAS

 

Un hecho es, por definición, un fenómeno objetivamente observable, susceptible de comprobación e investigación en cuanto a sus causas y consecuencias. Otra cosa es su interpretación o su significado, sobre lo que obviamente puede haber discrepancias. Un hecho fue, por ejemplo, el terremoto de Haití del año 2010, en el que hubo casi un millón de muertos y más de medio millón de heridos, y que dejó sin hogar a 1.3 millones de personas. Otro hecho puede ser que acudamos al médico y este nos diagnostique una enfermedad contagiosa. Hay muchos otros hechos que no tienen nada que ver con enfermedades o desastres, como la salida del sol por el este o la llegada de la primavera, pero estamos hablando sobre el trasfondo de una pandemia, por lo que aquellos resultan en estos momentos especialmente relevantes.

 

A pesar del general enfoque científico predominante en nuestra actual sociedad tecnológica, sobre bases estrictamente lógico-epistémicas podríamos estar en desacuerdo respecto a si la salida del sol es un fenómeno aparente que obedece, entre otras causas, a la rotación del planeta o si se debe al movimiento real del astro alrededor de la Tierra inmóvil, como creyeron los antiguos y todavía creen los llamados terraplanistas; o respecto a si el terremoto de Haití fue producido por movimientos telúricos naturales de la corteza terrestre o si fue un castigo (claramente indiscriminado) enviado por Dios, como afirmaron en su día algunos líderes religiosos. No obstante, el hecho en sí no admite dudas razonables para la mayoría de la gente, tanto quienes pudieron comprobarlo en forma directa (si, por desgracia, estuvieron allí, en el caso del terremoto, o si alguna vez han presenciado una salida del sol) como aquellos para los que la comprobación solo puede ser indirecta (quienes viajaron al país después del desastre y vieron sus consecuencias, o bien encontraron los vuelos suspendidos por el terremoto, o supieron de ello por los servicios de noticias…; y aún quien nunca ha visto un amanecer podrá, indirectamente, inferir este hecho a partir de conocimientos geográficos básicos, cualquiera que sea la cosmología que prefiera adoptar).

 

Quienes rechazan la veracidad de la pandemia toman por falsa la información que reciben de multitud de fuentes, y atribuyen a otras causas las muchas muertes recientes, incluso aquellas de las que tienen conocimiento directo, como las de amigos o familiares. En los primeros días de la pandemia circularon por internet algunos vídeos y fotografías que mostraban pasillos vacíos de hospitales mientras las noticias mencionaban la gran cantidad de enfermos que estaban recibiendo. Esas imágenes no daban información fiable de las fechas a las que correspondían, y ni tan siquiera a qué centros de salud o clínicas pertenecían, si de núcleos urbanos o poblaciones aisladas, ni tampoco revelaban el estado de las UCI de los hospitales, a las que las cámaras y los teléfonos móviles de los espontáneos mirones no tenían acceso, donde mientras tanto se acumulaban los enfermos. Muchos de los negacionistas dan por falsas las informaciones provenientes de hospitales, organismos sanitarios, centros epidemiológicos, médicos, laboratorios, personal y auxiliares de enfermería, institutos de estadísticas, centros de investigación, fabricación y distribución de vacunas, periodistas y servicios de información nacionales e internacionales…, aduciendo un complot mundial de dimensiones colosales y atribuyendo, en cambio, veracidad a quienes piensan como ellos rechazando toda evidencia, directa e indirecta, contraria a sus opiniones.

 

Los que niegan tal cúmulo de datos para abrazar sus teorías de la conspiración ignoran, en primer lugar, que la casi totalidad del conocimiento humano es provisional y de carácter probable, incluido el propio conocimiento científico, al que acuden ciegamente en ocasiones para expurgar información descontextualizada en beneficio de sus peregrinas «teorías», pergeñadas con inconsistentes extrapolaciones de datos parciales o poco fidedignos a los que ellos atribuyen absoluta certeza, aderezada muchas veces con información que dicen tener de forma prácticamente exclusiva. En respaldo de sus extravagantes afirmaciones suelen mencionar a algunos médicos y personas con estudios científicos pertenecientes a su grupo. Pero estos también los hay entre los creacionistas, los defensores de la Tierra plana, los que todavía se empeñan en construir la máquina de movimiento perpetuo contra 200 años por lo menos de comprobada evidencia experimental en todos los campos, y quienes dicen tener contacto con extraterrestres: una muestra más de lo repartida que está la irracionalidad, un tema que ameritaría tratamiento aparte.

 

Otra cosa que los negacionistas ignoran es que, debido a la limitada capacidad humana de comprobación del ingente cúmulo de hechos que nos rodean, son muy escasas las cosas de las que tenemos conocimiento directo. Desde los anillos de Saturno a la expansión del Universo, desde la existencia de los átomos a la quimiosíntesis, pasando por toda la historia conocida, las migraciones de las ballenas, y hasta lo que sucede en estos momentos en el otro lado del planeta (lo queramos pensar redondo o plano), o incluso en la casa del vecino, todo eso lo sabemos (en realidad, lo elaboramos racionalmente) de forma indirecta, por indicios, noticias, datos a partir de los cuales nos representamos los hechos y, en conjunto, nuestra imagen del mundo. Son muy pocas las personas, incluso los científicos, con posibilidad de verificar directamente todo lo que sabemos; y aun su conocimiento directo se reduce a lo que cada uno puede comprobar dentro de su especialidad. El resto de cuanto saben, como todo el mundo, lo reconstruyen a partir de datos fiables proporcionados por otras personas, incluidos los anillos de Saturno, las rutas de las ballenas y lo que pasó esta mañana en el otro lado del mundo, de lo que nos informan las noticias. Así funciona no solo la ciencia, sino todo el conocimiento humano.

 

De modo que el mismo argumento conspirativo de la «gran mentira» oficial en torno al coronavirus, que ninguno de nosotros puede comprobar, y las dudas que podamos tener sobre cualquier cosa que no conozcamos directamente, sirven igualmente para rechazar sus propias teorías de la conspiración, por otra parte basadas en afirmaciones que esperan que creamos porque ellos nos lo dicen. Con una diferencia (un criterio metodológico más que ignoran los afectos a las teorías conspirativas): ¿cuál de las explicaciones que podemos dar de un hecho, que en su mayor parte solo conocemos de forma parcial e indirecta, es más coherente, más aceptable y más creíble porque encaja mejor en el sistema del conocimiento?… Porque, objetivamente, los criterios de aceptación de cualquier cosa, sea teoría científica o hecho cotidiano, se reducen a dos: lo que podemos comprobar directamente (como hemos visto, muy poco cada uno de nosotros) y lo que creemos razonablemente porque confiamos en la validez de las comprobaciones efectuadas (por otros) y su coherencia con el conjunto de los hechos conocidos.

 

Sí, es posible que existan los extraterrestres, el yeti, el monstruo del lago Ness y también, ¿por qué no?, los perros verdes. Pero seguramente el lector no creerá en estos últimos tan solo porque alguien se lo diga, contrariamente a todo lo que sabe acerca de los perros. Si piensa tomarse en serio una afirmación semejante, probablemente no solo pedirá más datos sino –ya que igualmente podrían seguir mintiéndole– pruebas, directas o indirectas, pero razonablemente convincentes para incluir ese inesperado color entre las características posibles de nuestros conocidos animales de compañía.  

 

Desde antes del desarrollo de las vacunas, algunos negacionistas han venido insistiendo en un gigantesco complot mundial tramado por agentes tan dispares como gobiernos de todo signo y bandera e incluso rivales ideológicos, en connivencia o no con grupos conspiradores médico-farmacéuticos movidos por poderosos magnates o entramados financieros internacionales u otros poderes ocultos (las versiones conspirativas cubren todas los espectros imaginables), que utilizarían las supuestas vacunas para inocularnos nanodispositivos de control a fin de manipularnos a su antojo o, cuando menos, vigilar y, a la larga, controlar cada uno de nuestros movimientos. Mientras que unos afirman que las vacunas son en realidad un instrumento de control mental, otros claman que son un medio de esterilización para reducir la población mundial o incluso matar directamente a poblaciones enteras (véase, por ejemplo, aquí: falsas afirmaciones sobre el coronavirus), otros más ven en las vacunas un peligroso experimento transgénico, y otros aseguran que son una pantalla para encubrir (y/o paliar, multiplicar o complementar, según la versión) los efectos de la radiación electromagnética de los teléfonos móviles, que es ―¡sépalo el lector!― el medio de propagación de los virus ―esto, claro está, según el subgrupo que acepta la realidad del patógeno (véase afirmaciones falsas sobre la pandemia y los campos electromagnéticos). Disparates para todos los gustos, que no solo se alejan indeciblemente de toda posibilidad de comprobación (salvo las medias verdades expurgadas de aquí y de allá con las que pretenden dar apoyo a la otra mitad de lo que dicen) sino que, a poco que se las considere, solo encajarían a martillazos con el conjunto del conocimiento científico sistemáticamente acumulado por multitud de observaciones, experimentos e investigaciones meticulosamente contrastadas desde hace ya unos 500 años, si nos remontamos solo a la época de Galileo. Y es que para aceptar las «teorías» negacionistas (o el creacionismo, o la Tierra plana…) habría que rechazar por lo menos buena parte de todo lo que sabemos actualmente sobre física, astronomía, biología, medicina, química, psicología social… e incluso nanotecnología.    

 

Suponiendo la buena fe de los grupos negacionistas (lo que no necesariamente está garantizado, ya que podrían obedecer a determinadas ideologías o intereses, precisamente lo que ellos achacan a quienes no creen en ellos), es triste ver como hay personas que a partir de conocimientos desorganizados y carentes de criterio científico, son víctimas de sus propios desatinos de los que, en el mejor de los casos, ni siquiera se dan cuenta. Más lamentable es el daño que pueden hacer a quienes, desconociendo la jerga técnica de la que aquellos hacen gala, y subyugados por su falso tono cientificista, o quizás por la imagen romántica de «una minoría rebelde poseedora de la verdad», se dejan llevar por supuestas argumentaciones que no resisten, no digamos ya un examen detallado sino ni tan siquiera una dosis razonable de sentido común.                

 
Continúa: Cuestiones políticas (7)

4 comentarios:

  1. Excelente artículo. En una semana se me murieron tres familiares cercanos de Covid-19. En una pandemia como ésta la mediocridad no tiene espacio alguno. El conocimiento científico es vital. Un teorema se demuestra partiendo de axiomas, de conjeturas, de otros teoremas, no de mitos, ni dogmas, ni supersticiones.

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  2. La recta traza pseudo científica de un grupo de políticos y militares, con un grupo de presión detrás y negando el debate a otros científicos que se basan en la misma metodología de estudio, sumadada a una lectura incoherente de privaciones de derechos a determinados grupos y permisividad para determinadas actividades (imagen de los trenes abarrotafos de gente con mascarilla uno al lado del otro) hace que esta nueva campaña inquisitoria me ubique del lado de los negacionistas, aunque no lo soy. Leo y escucho a todo tipo de científicos, y como acto de fe que me reclama el gobierno, mi acto de fe es desconfiar de quienes siguen instrucciones de gente como Chrisyine Lagard o los laboratorios yankees, parece que las vacunas chinas son más eficientes pero el negoviete lo tenemos con los yankees.. Todo es tan esperpéntico que mi acto de fe es no confiar en gobiernos que en 2008 nos inocularos una crisis financiera a fuerza de mentiras. Este es mi punto de vista y estoy preparando mi alma para afrontar la hoguera que me veo venir. Debatir no es delito, y la amistad continua.

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    1. Por supuesto, Carlos, que uno tiene todo el derecho a desconfiar de este o de aquel gobierno, o incluso de todos, por las razones que apuntas y por muchas otras. Lo importante es tener las ideas claras en función de cada cosa. Y tú estás claro, ya que te declaras "no negacionista". Un abrazo.

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  3. Equilibrado razonamiento, como corresponde a un hombre de pensamiento. Eres incluso dadivoso con quienes sostienen en la misma mano tesis y antítesis por mezclar de forma desacordada discursos dispares. Por un lado, la ciencia (tu artículo); por otro, la opinión política que aprovecha la oportunidad para colar un discurso que (de forma indirecta, es verdad) quiere más que puede explicar "hechos". Voy a ser más crudo: las insensateces de los negacionistas, por desgracia, no las impediría ni siquiera la desaparición de las injusticias del capitalismo. ¿Hay lucha de intereses?, Sí. ¿El negacionismo es un "hecho" aberrante? También. Felicidades por tu artículo, Roberto.

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