martes, 8 de diciembre de 2020

CUESTIONES POLÍTICAS SUSCITADAS POR LA COVID-19 (2)

Viene de... Cuestiones políticas (1)

 

OLEADAS Y CONTROL DE LA PANDEMIA

 

Las vicisitudes que amenazan nuestra existencia, tanto personal como de la especie, son de diversa naturaleza: desde enfermedades a catástrofes geológicas o cósmicas, e incluso nosotros podemos ser la causa de nuestra propia extinción; por lo que las prevenciones y precauciones que adoptemos para sobrevivir durante el tiempo que dictaminen los telómeros de nuestros cromosomas (por lo que hasta ahora sabemos del proceso de envejecimiento) habrán de ser necesariamente distintas según las circunstancias.

 

Las pandemias suelen presentarse en «oleadas»: dado que el microorganismo nocivo se extiende con el transcurso del tiempo, al relajarse las medidas de protección tras su primer alentador efecto se facilitan los contagios simplemente porque ahora hay más patógenos en el ambiente y quizás también en forma latente en más sujetos. Sucedió en el pasado con otras pandemias: la llamada «gripe española» de 1918 (la pandemia más letal del siglo XX, causada por el virus de la influenza A-H1N1) conoció una segunda oleada ese mismo año en la que se calcula que murió el 75% del total de víctimas. Hoy, el coronavirus causante de la COVID-19 ha superado en su segunda ola el número de contagios y de muertes de la primera en muchos países ―y muchas organizaciones sanitarias ya hablan de una tercera ola aún antes de terminar la segunda. La novedad es que ante el primer rebrote a unos seis meses de su aparición, los servicios sanitarios están, en general, mejor preparados, tanto en los métodos de detección como en recursos (y, desde luego, infinitamente mejor preparados de lo que estaba el mundo en 1918). Aun así, para finales de noviembre el creciente número de infectados ascendía a más de 65 millones, y el total de muertes superaba el millón y medio de personas (por contra, para esa misma fecha podemos afortunadamente hablar de unos 42 millones de enfermos recuperados). El temido repunte, que ya se pronosticaba unos meses antes, y la magnitud de la incipiente tercera oleada, consecuencia de la relajación de las medidas de protección por parte de algunos durante las Navidades, ha obligado a muchos gobiernos a incrementar los controles, a veces de manera drástica, sobre la movilidad y las reuniones ciudadanas, incluso a costa de la reactivación, que ya se hace necesaria, de las actividades económicas.

 

El anuncio de la pronta obtención de al menos tres vacunas ―un innegable logro de la biotecnología, que nos pone muy por encima de épocas pasadas en nuestra probada capacidad de lucha contra las enfermedades― más otras en proceso de investigación (más de 160, según la OMS: La carrera por una vacuna contra la COVID-19), de momento será un factor adicional que contribuirá a relajar las precauciones bajo una súbita pero falsa sensación de seguridad. Es importante advertir que todavía transcurrirán un mínimo de cuatro a seis meses mientras las vacunas se fabrican en cantidades suficientes, se distribuyen y se administran por fases (previsiblemente dos dosis) según estratos poblacionales, empezando, naturalmente, por los más vulnerables, hasta alcanzar en todos los países una inmunidad colectiva, llamada vulgarmente «inmunidad de rebaño», que interrumpa la cadena de transmisión del virus. Este es un valor estadístico que depende de variables como la tasa de transmisión del patógeno en condiciones «normales» de contagio y el nivel de eficacia de la vacuna que se aplique. Aceptando los valores cercanos a un 90% de eficacia para las ya anunciadas, se calcula que para alcanzar una inmunidad colectiva razonable frente a la COVID-19 habrá de vacunarse entre un 65 y un 70% de la población. Al menos hasta entonces, el mantenimiento de las medidas de protección (principalmente uso de mascarilla, lavado frecuente de manos, distanciamiento físico…) sigue siendo indispensable si queremos evitar que el número de víctimas siga creciendo en forma alarmante. Además, no está clara la duración de la inmunidad que impartan las vacunas, según los grupos de edad o el estado general de salud, o si habrá limitantes a largo plazo dependientes del sexo, la edad, actividad u otros factores.

 

Y, por supuesto, la gran pregunta acerca de estas vacunas es si son seguras. Desde su invención por Edward Jenner en 1796, cada año se ponen millones de vacunas en todo el mundo, y se ha acumulado mucho conocimiento sobre modos de actuación, efectividad, reacciones, efectos adversos… Estos actualmente son muy raros, del orden de 1 por cientos de miles o incluso millones de dosis aplicadas, y se sigue investigando para su supresión total. Como resultado, hoy día las vacunas son los medicamentos más seguros que existen, que han salvado y siguen salvando millones de vidas (de dos a tres millones cada año, según la Alianza para la Vacunación, GAVI). Las dudas de algunos, sobre las vacunas en general y sobre las recién obtenidas contra el virus SARS-CoV-2, obedecen a falta de información (ver La seguridad de las vacunas), que deberían proporcionar los gobiernos. A menudo se olvida que una correcta información no solo es un derecho de la ciudadanía, sino que una población bien informada está siempre mejor capacitada para tomar decisiones acertadas ―lo que, claro está, no siempre conviene a los gobiernos.  

 

Si todo conlleva un riesgo, es claro que el de vacunarse es insignificante en comparación con el beneficio estadísticamente abrumador de no enfermar. Vacunarse es un lance en el que las ventajas superan ampliamente los riesgos.


 

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