lunes, 22 de noviembre de 2021

El Cambio Climático: Los Negacionistas

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La llamada Conferencia de Glasgow sobre el Cambio Climático que acaba de terminar se inició con palabras prometedoras: virtual consenso sobre la realidad de la situación y la necesidad perentoria de tomar medidas serias y de gran alcance; ninguna actitud negacionista entre los participantes, como ha habido en el pasado.

 

No obstante, hay que señalar la notable ausencia, entre otros, de algunos de los países más contaminantes, como China, Rusia e India, o de mayor índice de deforestación, como Brasil. Y la importante presencia de Estados Unidos obedeció al repentino cambio de su política en esta materia, tras las recientes elecciones en ese país. Como es sabido, su anterior presidente, el multimillonario Donald Trump es, junto con Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, uno de los mayores negacionistas de la pandemia, del cambio climático y de cualquier cosa que, en su estrechez de miras, aparente amenazar sus intereses económicos. El gobierno chino, por su parte, ya había anunciado desde antes que mantendrá sus «planes de desarrollo», que implican más contaminación. Y nadie ignora que tras actitudes como esas hay empresas dispuestas, y presionando a veces con ingentes sumas de dinero, para mantener sus dominios de explotación e incluso extenderlos al Ártico, la Antártida y cuanto espacio geográfico pudiera reportarles algún beneficio económico, así como para eludir cualquier freno legal sobre la deforestación, la caza, la pesca, la explotación de recursos y las actividades industriales y comerciales contaminantes. Todo ello a pesar de la preocupación por el clima y por la conservación que puedan tener mayoritariamente las poblaciones de sus respectivos países… Lo que evidencia los abusos de poder de los dirigentes políticos y los grupos económicos que los respaldan, incluso en países democráticos…

 

En la Conferencia se aprobaron algunos acuerdos ―aunque no vinculantes, por lo que podrían ser solo palabras― para la reducción de las emisiones de metano y CO2, la reforestación de grandes extensiones del planeta (en lo que Brasil se ha mostrado de acuerdo, lo que en realidad no es tan sorprendente, como veremos más adelante) y otras medidas, con el respaldo de considerables inversiones internacionales de los sectores públicos y privados, incluyendo importantes bancos.  

 

Pero recordemos que los célebres Objetivos del Milenio para el desarrollo social acordados el año 2000 por las Naciones Unidas, que deberían haberse alcanzado en un plazo de 15 años, solo han conducido a mejoras (y dependiendo de cómo se midan) en unos pocos países y solo en parte; que el Acuerdo de París de 2015 sobre el clima solo ha conocido tímidos avances claramente insuficientes; y que se está advirtiendo del calentamiento global desde la década de 1950, hace ya bastante tiempo. Lo que hace temer que pasado el entusiasmo del primer momento los acuerdos alcanzados ahora quedarán también sobre el papel. Si esto sucede, no será uno más de los buenos propósitos políticos y sociales que hayamos dejado atrás, sino probablemente el último.  

 

La falta de acción política ha obedecido principalmente a presiones económicas de magnates y lobbies financieros tradicionalmente opuestos a cualquier cosa que pudiera entorpecer sus ambiciones. El tiempo ha revelado las maniobras no siempre legales, y menos éticas, de algunas grandes corporaciones para ocultar los efectos perjudiciales para la salud o el medio ambiente del uso de determinados materiales (recuérdese, y es solo un ejemplo, la historia del asbesto), de productos y procedimientos industriales (plaguicidas, vertidos contaminantes…), desechos (plásticos, residuos radiactivos…), medicamentos (la lista es interminable), de algunas formas de trabajo (como la minería) y, por supuesto, productos para el consumo (el tetraetilo de plomo, el tabaco, la «comida basura»…), por citar solo lo más conocido. Los últimos renglones de la abundante lista son los gases invernadero, causantes de que la actual temperatura media del planeta sea la más elevada en casi un millón de años.

 

Ante la advertencia de la comunidad científica basada en estudios exhaustivos (Climate Change 2021: The Physical Science Basis) y la creciente conciencia ecologista de una buena parte de la población mundial, la respuesta de los grupos económicos de presión ha sido principalmente negar hechos palmarios, como que el CO2 sea contaminante o que haya calentamiento global (en vista, dicen desde su limitada óptica, de que sigue habiendo inviernos, y a veces muy fríos), o intentar minimizarlos: un incremento tan «pequeño» de la temperatura global como el que cita en su Informe el Grupo Intergubernamental de las Naciones Unidas (ver A un paso del desastre), de solo 1.1ºC, no puede ser la causa de los trastornos climáticos que suceden en todas partes del mundo. Seguramente hay otras causas que no dependen de nosotros. De hecho, las catástrofes naturales no son nada nuevo en el planeta, como atestiguan datos geológicos que se remontan a millones de años (dicen los que, al menos, creen en la ciencia). A una escala más próxima, existen noticias de trastornos climáticos notables acaecidos en épocas históricas, y mucha gente ha oído relatos ocasionales de grandes nevadas, inviernos desusadamente largos o veranos excepcionalmente calurosos acaecidos a veces solo un par de generaciones atrás. Además, el ser humano siempre ha sabido adaptarse a las variaciones del clima, desde las poblaciones inuit de las regiones árticas, pasando por los habitantes de las estepas y sabanas a los grupos bereberes de los desiertos africanos. Por otra parte, hoy tenemos información de lo que pasa en cualquier lugar del mundo en tiempo real, gracias al avance de las telecomunicaciones, lo que hace parecer más graves y frecuentes muchas cosas que probablemente no lo sean…

 

Contrariamente a la simplista visión de los negacionistas, más preocupados por sus intereses inmediatos que por conocer la realidad de los hechos, hoy sabemos que la naturaleza es el delicado resultado de un complejo sistema donde la formación y composición de la atmósfera, el ciclo de las aguas, los niveles de temperatura, presión, humedad y acidez relativas, la conformación y disponibilidad de nutrientes, y una variedad de otros factores han permitido a lo largo de miles de millones de años el desarrollo de organismos cada vez más complejos, hasta llegar a nuestra especie. En el curso de esa lenta evolución muchas especies han desaparecido debido a los cambios sucesivos. De hecho, la gran mayoría de las especies que han vivido en toda la historia de la Tierra se han extinguido. Desde un punto de vista geológico, la Tierra, más que el planeta de la vida, podría llamarse el planeta de las extinciones.

 

En un sistema dinámico complejo, como muestran estudios físicos y biológicos, y ha divulgado ampliamente la matemática del caos, una ligera variación de un parámetro puede ocasionar en determinadas circunstancias notables alteraciones de variables aparentemente muy alejadas (la recurrida imagen del aleteo de la mariposa que contribuye a desatar un huracán en el otro extremo del globo es la última versión científica de lo que la sabiduría popular expresaba como la gota que colmó el vaso o la brizna de paja que rompió la espalda del camello). El aumento de 1.1°C a consecuencia de los cambios recientes, a escala geológica, introducidos por nuestro modelo de industrialización es un valor medio referido a límites que pueden ser, y de hecho están siendo, extremos en diversas zonas del planeta, desde temperaturas superiores a los 40°C en algunos lugares a fríos extremos y nevadas en medio del verano en sitios donde nunca antes se habían registrado. La superficie terrestre, por ejemplo, está experimentando un aumento de temperatura mayor que el promedio global, y en algunos lugares del Círculo Ártico esa diferencia llega hasta el doble. Y no olvidemos que los extremos fríos son menores, tanto en frecuencia como en intensidad, ya que se trata de un incremento global. Este incremento no solo influye sobre las temperaturas sino también sobre fenómenos que de diverso modo dependen del clima, como las corrientes atmosféricas y marítimas, la distribución y frecuencia de las precipitaciones, la extensión de los hielos, la distribución de las aguas…

 

Los seres vivos crecen adaptados al medio del que dependen para su supervivencia, y las variaciones naturales del ambiente generan desde conocidas fluctuaciones anuales de las poblaciones vegetales y animales a migraciones estacionales, como las que realizan especies marinas y de aves en busca de condiciones apropiadas. Pero las alteraciones de la atmósfera, las aguas y los espacios verdes causadas por el hombre en un lapso mucho menor no dan tiempo a las especies para adaptarse. Sin mencionar funestas intervenciones directas como la sobreexplotación, la tala y la caza indiscriminadas, derrames y vertidos químicos, y hasta traslados, sin mucha conciencia ecológica, de especies competidoras o depredadoras que han generado trastornos de la cadena trófica, con mengua de los alimentos naturales y bruscas alteraciones de los ecosistemas. La ya conocida consecuencia es el peligro de extinción que pesa virtualmente sobre todas las especies del planeta… incluidos, claro está, nosotros mismos.  

 

Si bien es cierto que el ser humano ha sido capaz de adaptarse a situaciones extremas (incluso la exploración del espacio y del fondo de los mares), toda adaptación requiere de una cierta estabilidad del entorno, que permita la previsión y una respuesta acorde al medio y la situación; estabilidad que el actual cambio climático ha alterado y, según previsiones, tardará al menos decenas o cientos de años en restablecerse.    

 

Los negacionistas se empeñan tercamente en negar la evidencia en su afán por seguir beneficiándose del actual modelo económico. A fuerza de ocultar y de negar lo que no quieren ver, han llegado a convencerse a sí mismos de sus propias mentiras, hasta el punto de que su miope actitud les impide sopesar adecuadamente riesgos y beneficios, como hacen normalmente las empresas ―incluidas las suyas― ante una nueva situación. Para cualquier analista debe ser obvio que los beneficios inmediatos no compensan ni de lejos los elevados riesgos potenciales. Los peligros del calentamiento global son demasiado altos para cualquier economía, simplemente porque no habrá economía que mantener si no puede sustentarse la vida en el planeta. Por eso, esta vez no debe haber presiones económicas que valgan, ni políticos que las avalen.

 

Lo primero, urgente e importante que tenemos que hacer es reducir inmediata y drásticamente nuestras emisiones de CO2 y demás gases invernadero, de forma continuada y creciente hasta eliminarlas totalmente: en meses mejor que años, semanas mejor que meses, días mejor que semanas. Por difícil o complicado que sea, sustituir cuanto antes las bases de nuestro parque industrial y nuestro modelo de consumo energético por un uso racional de energías limpias y procesos no contaminantes es la única manera en que podremos evitar mayores desastres ambientales e incluso mantener un progreso razonable de nuestra forma de vida. Muchas empresas ya lo han hecho o lo están haciendo, al margen de actitudes irresponsables y de la cháchara de los gobiernos. ¿Qué esperamos los demás?

 

 A un paso del desastre

Por qué fracasó la Conferencia de Glasgow sobre el clima

domingo, 14 de noviembre de 2021

A UN PASO DEL DESASTRE

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El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas dio a conocer el pasado 6 de agosto su esperado Sexto Informe de Evaluación. Son 3,949 abultadas páginas en las que más de 200 científicos de todo el mundo han analizado más de 14,000 artículos especializados sobre el clima para arrojar luz sobre su (nuestro) futuro inmediato. (ClimateChange 2021: The Physical Science Basis)

 

Las investigaciones incluyen estudios geológicos, biológicos y climatológicos del pasado y del presente de la Tierra, junto con una profusión de datos globales y satelitales sobre el clima actual, y cálculos computarizados del futuro climático a corto, mediano y largo plazo en función de datos y relaciones sistémicas cuyo conocimiento es hoy mucho mayor y más completo que en 2013, cuando el Comité presentó su informe anterior. Este nuevo informe, aprobado por todos los delegados de los 195 países participantes, es la primera entrega de las seis que se publicarán hasta el año próximo, 2022.    

 

Las conclusiones del Informe son determinantes: en la última década, el promedio de la temperatura global ha sido la mayor de los últimos 125,000 años, debido a las emisiones humanas de CO2 y otros gases de efecto invernadero. Esto se desprende claramente de los datos recopilados y graficados, ya que la temperatura empezó a aumentar notablemente a partir de 1850-1900, como consecuencia de la Revolución Industrial, llegando a alcanzar valores de crecimiento cuasi exponenciales en la década de 1960, que han proseguido a medida que ha ido en aumento el uso de combustibles fósiles y la deforestación. Actualmente, la concentración de carbono en la atmósfera es la mayor que ha conocido la Tierra ¡en los últimos 2 millones de años! A esto hay que sumar otros agentes de efecto invernadero como el gas metano, de diverso uso en la industria y como combustible, cuyo potencial de calentamiento global es 23 veces superior al del dióxido de carbono, o el óxido nitroso, muy usado en motores  de combustión, que además destruye la capa de ozono que filtra la perjudicial radiación ultravioleta procedente del sol, y permanece durante unos 100 años en la atmósfera. En conjunto, los actuales niveles en la atmósfera de los gases de efecto invernadero son los más elevados de los últimos 800,000 años.

 

Como consecuencia, en estos momentos palpable para todo el mundo, se están produciendo desequilibrios climáticos importantes en todas partes del globo, algunos sin precedentes en miles y hasta en cientos de miles de años de la historia de la Tierra, certificados por los registros geológicos que dan cuenta del clima en épocas pasadas. El Informe establece que “no hay duda de la influencia humana en el calentamiento de la atmósfera, los océanos y la tierra”. El aumento de la temperatura global atribuible a causas humanas ha sido de 1.1ºC en promedio desde finales del siglo XIX (veremos que no es poca cosa, como podría parecer a primera vista). En contraste, el efecto de fenómenos naturales, como el sol o los volcanes, sobre el calentamiento global, es prácticamente cero desde que el clima de la Tierra se estabilizara naturalmente hace millones de años. Dados los efectos desencadenantes del actual incremento causado por el hombre, en este momento puede afirmarse con práctica certidumbre que en las próximas dos décadas la temperatura media de la Tierra seguirá aumentando hasta en 1.5ºC, peligrosamente cerca del umbral de incremento de 2ºC señalado por diversos cálculos que podría ser catastrófico si no tomamos medidas severas e inmediatas para evitarlo. Ahora mismo, nuestras probabilidades de mantener el incremento del clima global por debajo de 1.5ºC es de solo un 50%, según el Informe. Y esto solo podríamos lograrlo si la cantidad de dióxido de carbono que nuestras fábricas y la quema de combustibles fósiles seguirán emitiendo todavía a la atmósfera por el funcionamiento de nuestro parque industrial no llega a superar los 500 mil millones de toneladas en todo el mundo. Al ritmo de contaminación actual, eso significa un recorrido de solo 13 años antes de llegar a un punto de no retorno.

 

Según Helen Mountford, vicepresidenta del World Resources Institute para el clima y la economía, “Nuestra posibilidad de evitar consecuencias aún más catastróficas tiene fecha de vencimiento. El informe implica que nuestra última oportunidad de emprender las acciones necesarias para limitar el aumento de las temperaturas a 1.5°C finaliza en esta década. Si no hacemos el esfuerzo colectivo de reducir rápidamente nuestras emisiones de gases invernadero en la década de 2020, ya no podremos lograrlo.” (ScientistsReach ‘Unequivocal’ Consensus on Human-Made Warming)

 

El Informe presenta proyecciones de cinco posibles escenarios en función de los recortes que deberíamos hacer de nuestras emisiones contaminantes a la atmósfera, desde la opción más ambiciosa (1) en la que, empezando ahora mismo y avanzando sin parar a ritmo acelerado, llegáramos a suprimir total y permanentemente las emisiones de CO2 para 2050 (otros gases de efecto invernadero, como el metano, aunque de mayor potencial de calentamiento, son producidos por la industria en proporción mucho menor, por lo que el principal peligro lo representa en estos momentos el dióxido de carbono) hasta la opción más peligrosa (5), que supone mantener la tasa de contaminación actual, es decir, no hacer nada. En todos los casos, la temperatura global, por los efectos desencadenantes mencionados, seguirá aumentando hasta en 1.5ºC hacia 2040, si no antes. Aunque en la mejor opción, si nos atrevemos a actuar como deberíamos, la temperatura empezaría a bajar paulatinamente a partir de esa fecha, marcando el comienzo de una lenta recuperación del planeta. En el peor caso, nuestra inacción conducirá a un incremento global de unos 3.6ºC para 2100 ―lo que podría significar, entre otras cosas, el inicio del fin de nuestra presencia en el mundo. Las opciones intermedias contemplan (2) una disminución progresiva pero menos radical que la más indicada, (3) un aumento cada vez menor de las emisiones de CO2, o (4) una escasa reducción del ritmo de incremento actual…, que finalmente habrá que suprimir drásticamente cuando todos nos hayamos convencido,  presumiblemente a fuerza de catástrofes climáticas cada vez mayores ―y cuando seguramente ya sea demasiado tarde―, de la gravedad cada vez mayor de la situación. Salvo la primera opción, menos mala (por desgracia, las opciones «buenas» ya las hemos dejado atrás), las consecuencias de los demás escenarios posibles son, de menor a mayor medida, negativas para el equilibrio climático, la agricultura y el mantenimiento de la vida ―incluida, claro está, la nuestra.   

 

Desde hace unos años, los crecientes efectos del calentamiento global ya no pasan desapercibidos para nadie. Con frecuencia cada vez mayor recibimos noticias de desequilibrios climáticos en muy diversas partes del mundo: incongruentes cambios de temperatura, como intervalos de calor en las estaciones frías o inesperadas lluvias de granizo o nevadas durante los veranos, olas de calor que superan los 40ºC en muchos lugares y lluvias torrenciales o inundaciones donde antes no sucedían estos fenómenos. Los huracanes son cada vez más destructores, las sequías más prolongadas, los incendios forestales cada vez más extensos y difíciles de controlar… A ello hay que sumar el retroceso alarmante de los hielos polares, la acelerada desaparición de las nieves de las cumbres montañosas, el paulatino derretimiento del permafrost en las regiones heladas ―que, a su vez, libera aún más carbono y metano a la atmósfera―, el avance de la desertificación en ciertas regiones y la creciente escasez de agua en cada vez más lugares del mundo. Todo lo cual acarrea enormes pérdidas económicas en viviendas, industrias e infraestructuras, perjuicios a los pastos, las cosechas y el transporte, con consecuencias en las comunicaciones y en la producción, conservación y distribución de alimentos, así como serios desequilibrios en la fuerza laboral y la logística industrial y empresarial, además de pérdidas humanas cada vez que se produce un desastre de gran magnitud.

 

Es importante advertir que la enumeración anterior no es una rebuscada recopilación de catástrofes, sino un apretado resumen de lo que desde hace algún tiempo y cada vez con mayor frecuencia nos transmiten cada día las noticias internacionales… y a veces también las locales.   

 

Ante los resultados de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático COP26 que acaba de terminar en Glasgow, la pregunta más importante a la vez que más inquietante en este momento es: siendo realistas, ¿estamos realmente a tiempo de evitar el desastre global que se avecina? La Conferencia ha tratado cuatro puntos principales: (i) la reducción en todo el mundo de las emisiones de gases invernadero para 2030; (ii) poner en práctica acciones globales (industriales, forestales, etc.) para cumplir el punto anterior; (iii) aportar el ingente dinero anual necesario para combatir el cambio climático; y (iv) otras acciones para mejorar esos objetivos. No todas las opiniones eran optimistas respecto a esta Conferencia. Muchos temían que resultara en algo parecido a la anterior COP21 de 2015, con una agenda muy semejante a la actual, y que culminó con el llamado “Acuerdo de París sobre el Clima”, que se ha quedado en buena medida sobre el papel por falta de voluntad tanto política como económica a nivel global. Y el resultado, otra vez, ha sido claramente insuficiente. La opinión de los científicos del grupo de investigación Climate Action Tracker, en base a mediciones efectuadas en 32 países responsables de más del 80% de las emisiones globales, es que las políticas actuales nos están llevando a los escenarios (3) o (4) anteriormente planteados, con las consecuencias de un incremento de la temperatura global de 2.7 a 3.6ºC en este mismo siglo. Dado que estamos demasiado cerca del precipicio para poder evitar todas las consecuencias de la situación actual, ¿qué podemos y qué debemos hacer?

 

Lo que no podemos hacer es quedarnos sentados esperando un milagro que nos salve. El peligro es real. Los plazos son perentorios: menos de dos décadas antes de que la situación se torne del todo, no solo en parte, irreversible ―y hay quienes piensan que ya lo es. Si queremos salvar lo que aún podamos del delicado equilibrio del planeta para que puedan seguir viviendo nuestros hijos y aun nosotros mismos, porque el tiempo se nos echa encima, tenemos que hacer algo y hacerlo ya. Cada uno de nosotros, porque no hay soluciones mágicas.   

 Los negacionistas del cambio climático