domingo, 14 de noviembre de 2021

A UN PASO DEL DESASTRE

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El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas dio a conocer el pasado 6 de agosto su esperado Sexto Informe de Evaluación. Son 3,949 abultadas páginas en las que más de 200 científicos de todo el mundo han analizado más de 14,000 artículos especializados sobre el clima para arrojar luz sobre su (nuestro) futuro inmediato. (ClimateChange 2021: The Physical Science Basis)

 

Las investigaciones incluyen estudios geológicos, biológicos y climatológicos del pasado y del presente de la Tierra, junto con una profusión de datos globales y satelitales sobre el clima actual, y cálculos computarizados del futuro climático a corto, mediano y largo plazo en función de datos y relaciones sistémicas cuyo conocimiento es hoy mucho mayor y más completo que en 2013, cuando el Comité presentó su informe anterior. Este nuevo informe, aprobado por todos los delegados de los 195 países participantes, es la primera entrega de las seis que se publicarán hasta el año próximo, 2022.    

 

Las conclusiones del Informe son determinantes: en la última década, el promedio de la temperatura global ha sido la mayor de los últimos 125,000 años, debido a las emisiones humanas de CO2 y otros gases de efecto invernadero. Esto se desprende claramente de los datos recopilados y graficados, ya que la temperatura empezó a aumentar notablemente a partir de 1850-1900, como consecuencia de la Revolución Industrial, llegando a alcanzar valores de crecimiento cuasi exponenciales en la década de 1960, que han proseguido a medida que ha ido en aumento el uso de combustibles fósiles y la deforestación. Actualmente, la concentración de carbono en la atmósfera es la mayor que ha conocido la Tierra ¡en los últimos 2 millones de años! A esto hay que sumar otros agentes de efecto invernadero como el gas metano, de diverso uso en la industria y como combustible, cuyo potencial de calentamiento global es 23 veces superior al del dióxido de carbono, o el óxido nitroso, muy usado en motores  de combustión, que además destruye la capa de ozono que filtra la perjudicial radiación ultravioleta procedente del sol, y permanece durante unos 100 años en la atmósfera. En conjunto, los actuales niveles en la atmósfera de los gases de efecto invernadero son los más elevados de los últimos 800,000 años.

 

Como consecuencia, en estos momentos palpable para todo el mundo, se están produciendo desequilibrios climáticos importantes en todas partes del globo, algunos sin precedentes en miles y hasta en cientos de miles de años de la historia de la Tierra, certificados por los registros geológicos que dan cuenta del clima en épocas pasadas. El Informe establece que “no hay duda de la influencia humana en el calentamiento de la atmósfera, los océanos y la tierra”. El aumento de la temperatura global atribuible a causas humanas ha sido de 1.1ºC en promedio desde finales del siglo XIX (veremos que no es poca cosa, como podría parecer a primera vista). En contraste, el efecto de fenómenos naturales, como el sol o los volcanes, sobre el calentamiento global, es prácticamente cero desde que el clima de la Tierra se estabilizara naturalmente hace millones de años. Dados los efectos desencadenantes del actual incremento causado por el hombre, en este momento puede afirmarse con práctica certidumbre que en las próximas dos décadas la temperatura media de la Tierra seguirá aumentando hasta en 1.5ºC, peligrosamente cerca del umbral de incremento de 2ºC señalado por diversos cálculos que podría ser catastrófico si no tomamos medidas severas e inmediatas para evitarlo. Ahora mismo, nuestras probabilidades de mantener el incremento del clima global por debajo de 1.5ºC es de solo un 50%, según el Informe. Y esto solo podríamos lograrlo si la cantidad de dióxido de carbono que nuestras fábricas y la quema de combustibles fósiles seguirán emitiendo todavía a la atmósfera por el funcionamiento de nuestro parque industrial no llega a superar los 500 mil millones de toneladas en todo el mundo. Al ritmo de contaminación actual, eso significa un recorrido de solo 13 años antes de llegar a un punto de no retorno.

 

Según Helen Mountford, vicepresidenta del World Resources Institute para el clima y la economía, “Nuestra posibilidad de evitar consecuencias aún más catastróficas tiene fecha de vencimiento. El informe implica que nuestra última oportunidad de emprender las acciones necesarias para limitar el aumento de las temperaturas a 1.5°C finaliza en esta década. Si no hacemos el esfuerzo colectivo de reducir rápidamente nuestras emisiones de gases invernadero en la década de 2020, ya no podremos lograrlo.” (ScientistsReach ‘Unequivocal’ Consensus on Human-Made Warming)

 

El Informe presenta proyecciones de cinco posibles escenarios en función de los recortes que deberíamos hacer de nuestras emisiones contaminantes a la atmósfera, desde la opción más ambiciosa (1) en la que, empezando ahora mismo y avanzando sin parar a ritmo acelerado, llegáramos a suprimir total y permanentemente las emisiones de CO2 para 2050 (otros gases de efecto invernadero, como el metano, aunque de mayor potencial de calentamiento, son producidos por la industria en proporción mucho menor, por lo que el principal peligro lo representa en estos momentos el dióxido de carbono) hasta la opción más peligrosa (5), que supone mantener la tasa de contaminación actual, es decir, no hacer nada. En todos los casos, la temperatura global, por los efectos desencadenantes mencionados, seguirá aumentando hasta en 1.5ºC hacia 2040, si no antes. Aunque en la mejor opción, si nos atrevemos a actuar como deberíamos, la temperatura empezaría a bajar paulatinamente a partir de esa fecha, marcando el comienzo de una lenta recuperación del planeta. En el peor caso, nuestra inacción conducirá a un incremento global de unos 3.6ºC para 2100 ―lo que podría significar, entre otras cosas, el inicio del fin de nuestra presencia en el mundo. Las opciones intermedias contemplan (2) una disminución progresiva pero menos radical que la más indicada, (3) un aumento cada vez menor de las emisiones de CO2, o (4) una escasa reducción del ritmo de incremento actual…, que finalmente habrá que suprimir drásticamente cuando todos nos hayamos convencido,  presumiblemente a fuerza de catástrofes climáticas cada vez mayores ―y cuando seguramente ya sea demasiado tarde―, de la gravedad cada vez mayor de la situación. Salvo la primera opción, menos mala (por desgracia, las opciones «buenas» ya las hemos dejado atrás), las consecuencias de los demás escenarios posibles son, de menor a mayor medida, negativas para el equilibrio climático, la agricultura y el mantenimiento de la vida ―incluida, claro está, la nuestra.   

 

Desde hace unos años, los crecientes efectos del calentamiento global ya no pasan desapercibidos para nadie. Con frecuencia cada vez mayor recibimos noticias de desequilibrios climáticos en muy diversas partes del mundo: incongruentes cambios de temperatura, como intervalos de calor en las estaciones frías o inesperadas lluvias de granizo o nevadas durante los veranos, olas de calor que superan los 40ºC en muchos lugares y lluvias torrenciales o inundaciones donde antes no sucedían estos fenómenos. Los huracanes son cada vez más destructores, las sequías más prolongadas, los incendios forestales cada vez más extensos y difíciles de controlar… A ello hay que sumar el retroceso alarmante de los hielos polares, la acelerada desaparición de las nieves de las cumbres montañosas, el paulatino derretimiento del permafrost en las regiones heladas ―que, a su vez, libera aún más carbono y metano a la atmósfera―, el avance de la desertificación en ciertas regiones y la creciente escasez de agua en cada vez más lugares del mundo. Todo lo cual acarrea enormes pérdidas económicas en viviendas, industrias e infraestructuras, perjuicios a los pastos, las cosechas y el transporte, con consecuencias en las comunicaciones y en la producción, conservación y distribución de alimentos, así como serios desequilibrios en la fuerza laboral y la logística industrial y empresarial, además de pérdidas humanas cada vez que se produce un desastre de gran magnitud.

 

Es importante advertir que la enumeración anterior no es una rebuscada recopilación de catástrofes, sino un apretado resumen de lo que desde hace algún tiempo y cada vez con mayor frecuencia nos transmiten cada día las noticias internacionales… y a veces también las locales.   

 

Ante los resultados de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático COP26 que acaba de terminar en Glasgow, la pregunta más importante a la vez que más inquietante en este momento es: siendo realistas, ¿estamos realmente a tiempo de evitar el desastre global que se avecina? La Conferencia ha tratado cuatro puntos principales: (i) la reducción en todo el mundo de las emisiones de gases invernadero para 2030; (ii) poner en práctica acciones globales (industriales, forestales, etc.) para cumplir el punto anterior; (iii) aportar el ingente dinero anual necesario para combatir el cambio climático; y (iv) otras acciones para mejorar esos objetivos. No todas las opiniones eran optimistas respecto a esta Conferencia. Muchos temían que resultara en algo parecido a la anterior COP21 de 2015, con una agenda muy semejante a la actual, y que culminó con el llamado “Acuerdo de París sobre el Clima”, que se ha quedado en buena medida sobre el papel por falta de voluntad tanto política como económica a nivel global. Y el resultado, otra vez, ha sido claramente insuficiente. La opinión de los científicos del grupo de investigación Climate Action Tracker, en base a mediciones efectuadas en 32 países responsables de más del 80% de las emisiones globales, es que las políticas actuales nos están llevando a los escenarios (3) o (4) anteriormente planteados, con las consecuencias de un incremento de la temperatura global de 2.7 a 3.6ºC en este mismo siglo. Dado que estamos demasiado cerca del precipicio para poder evitar todas las consecuencias de la situación actual, ¿qué podemos y qué debemos hacer?

 

Lo que no podemos hacer es quedarnos sentados esperando un milagro que nos salve. El peligro es real. Los plazos son perentorios: menos de dos décadas antes de que la situación se torne del todo, no solo en parte, irreversible ―y hay quienes piensan que ya lo es. Si queremos salvar lo que aún podamos del delicado equilibrio del planeta para que puedan seguir viviendo nuestros hijos y aun nosotros mismos, porque el tiempo se nos echa encima, tenemos que hacer algo y hacerlo ya. Cada uno de nosotros, porque no hay soluciones mágicas.   

 Los negacionistas del cambio climático

 

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