domingo, 7 de febrero de 2021

CUESTIONES POLÍTICAS SUSCITADAS POR LA COVID-19 (4)

Viene de... Cuestiones políticas (3)

 

¿Y QUÉ PASA CON LOS PAÍSES POBRES?

 

El concepto de país pobre es relativo. Sin entrar a considerar los tipos de pobreza que afectan a multitud de personas en todo el mundo,1 y si bien definir la «riqueza» exclusivamente en términos monetarios no es lo más apropiado, ya que deberíamos considerar también la esperanza de vida, la disponibilidad de servicios básicos, el acceso al conocimiento y al estudio, la diversidad de bienes culturales, y aspectos tan subjetivos como la calidad de vida y la satisfacción general de la población, dada la difícil ponderación de estos y otros factores, uno de los criterios más utilizados para medir la riqueza de los países (el cual, hasta cierto punto, permite inferir el nivel de los otros) es el Producto Interior Bruto (PIB) anual, esto es, la cantidad total de capital que genera la economía de un país durante un año. Según datos disponibles del Fondo Monetario Internacional para los años 2017-18, las 25 economías con el PIB más bajo del mundo corresponden en su mayoría a pequeños países insulares, repartidos principalmente entre la Polinesia, el Caribe y las costas africanas. No obstante, esta medida puede ser muy engañosa, ya que, al menos teóricamente, un PIB reducido pero distribuido equitativamente dentro de un país pequeño puede significar una calidad de vida aceptable para sus habitantes. Una prueba de ello es que en esta lista, junto a países tan pobres como Gambia, las islas Comoras o Guinea-Bissau, se encuentra San Marino, uno de los 25 países con más alto PIB per cápita del mundo, por encima de Estados Unidos y varios países europeos según datos del mismo FMI, y cuyo nivel general de vida le permite, entre otras cosas, ser uno de los que cuentan con mayor número de automóviles por habitante. Frente a ese concepto del PIB nominal o no distribuido, el PIB per cápita es un mejor indicador de la riqueza o la pobreza de un país, ya que expresa qué cantidad del PIB correspondería a cada habitante bajo una distribución paritaria. Aunque este índice también es engañoso, ya que puede ocultar diferencias importantes entre la población, representa mejor el promedio del nivel de vida puesto que, matemáticamente, para un PIB nominal dado, la riqueza per cápita tiende a disminuir a medida que la población es mayor. Bajo este parámetro más revelador, los países con PIB per cápita más bajos del mundo se encuentran principalmente en África. Concretamente, los 10 países más pobres del mundo, según el Informe sobre Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, son todos africanos, y de la lista del FMI de los 25 países con el PIB per cápita más bajo, 22 pertenecen a África (los otros tres están en Asia) (International Monetary Fund: World Economic Outlook Databases).

 

Más que hablar de países pobres debería hablarse de personas pobres, ya que incluso en países incuestionablemente pobres (aparezcan o no en las listas anteriores, que representan situaciones límite), como por ejemplo India, Bolivia, Camboya o Mozambique, hay multimillonarios que viven y progresan en medio de una miseria generalizada, mientras que en muchos países ricos, como Estados Unidos o Inglaterra, a menudo hay núcleos de pobreza, incluso extrema, no precisamente lejos de las ciudades importantes, y a veces en enclaves en el interior de estas.  

 

Con todo, y a pesar de que incluso los países más pobres padecen de grandes desigualdades entre sus habitantes, leyes que las permiten y una corrupción política que las alimenta ―rasgos verdaderamente pandémicos y bien distribuidos por todo el mundo―, de manera general se puede poner el rótulo de país «pobre» a aquellos en los que, aunque dispongan de importantes riquezas minerales, agrícolas o de otro tipo, estas no repercuten sobre el bienestar de su población sino que benefician solo a unos pocos privilegiados…, con efectos patéticos para el resto de su gente. Y esto se refleja de manera dramática en sus precarios servicios, en especial sanitarios, y su limitada capacidad de respuesta ante situaciones de emergencia, como algunas epidemias recientes y la actual pandemia mundial, que viene a sumarse a un largo rosario de calamidades (desde politicosociales a climáticas), en el que los países más pobres se llevan siempre la peor parte.  

 

Se ha dicho que en situaciones extremas se revela lo mejor y lo peor del ser humano. Es común que, ante desastres naturales (ciclones, terremotos, inundaciones…) y también los producidos por el hombre (accidentes catastróficos, guerras, y los desplazamientos masivos que generan…), haya quienes están dispuestos a ayudar sin pedir nada a cambio y aun mediante sacrificios personales, frente a quienes siempre encuentran formas de lucrarse con la desgracia ajena. Durante la actual pandemia mundial se han visto importantes muestras de solidaridad de particulares y empresas, organismos privados y públicos, y gobiernos. Pero también, cuando faltaron respiradores o equipos, apropiaciones y disputas entre países, además de rivalidades por asegurarse recursos sanitarios y, posteriormente, las vacunas. En momentos en que la producción inicial de vacunas contra la COVID-19 genera ciertos problemas de escasez o distribución, no han faltado quienes, aquí y allá, se saltan las obvias prioridades para situarse entre los primeros en recibir las dosis, al arropo de su posición jerárquica o estratégica en el sistema de asignaciones, o utilizando su riqueza o influencia, y también quienes aprovechan en algún sentido su poder de negociación para obtener beneficios económicos. Cabe preguntarse si en esta nueva lucha por la salud los países pobres no serán, una vez más, los peor parados.         



1 Comparativamente, la pobreza puede clasificarse como absoluta, cuando no están cubiertas ni aún las necesidades básicas, como el agua, la alimentación y la vivienda; relativa, si alude a desigualdades socioeconómicas respecto al nivel promedio existente en el entorno; o carencial, cuando una parte de la población no tiene acceso a determinados bienes o servicios.

 Continúa: Cuestiones políticas (5)

 

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