EL MUNDO SIN NOSOTROS
La forma más eficaz (estrictamente, la única) de combatir una pandemia es
evitar los contagios. Esta obviedad —que, al parecer, a algunos les cuesta
tanto entender— ha obligado por primera vez en la historia, desde la
declaración, en marzo de 2020, de la infección por COVID-19 como pandemia mundial
por la Organización Mundial de la Salud, al confinamiento en sus casas de la
población de muchos países mientras se encuentran medios eficaces, que actualmente
no tenemos, para combatir el virus. Esta situación excepcional nos ha traído
las curiosas imágenes de diversos animales corriendo tranquilamente por las
calles vacías de muchas ciudades. La televisión y las agencias de noticias nos
han mostrado en todas partes jabalíes, ciervos, cabras, osos, patos, coyotes, algún
puma, distintas clases de aves, y hasta pingüinos en ciudades costeras, quizás
en busca de alimento o simplemente ampliando su espacio vital en ausencia de su
principal antagonista de siempre: el hombre. El cierre de las fábricas, la inmovilización
o drástica reducción de los transportes y la detención de nuestro desmesurado
parque automotor han beneficiado al medio ambiente: el aire de las ciudades paralizadas
es mucho más claro y las aguas están más limpias desde que la población se
recluyó en sus casas para evitar los contagios. En tan solo 10 días, en algunas
ciudades los gases de efecto invernadero se redujeron en alrededor de un 60% y,
en particular, los niveles de CO2 y NO2 hasta en un 70-80%
(datos de National Geographic). Por desgracia, la inesperada mejora en la limpieza
del aire de las ciudades tiene poca repercusión dentro de la contaminación
general que hemos infligido al planeta y cuyo efecto acumulativo sigue
aumentando.
Por otra parte, las imágenes del lugar donde se produjo el accidente
nuclear más desastroso de la historia, Chernobyl, revelan, gracias a los reporteros
e investigadores que se han adentrado allí (con las medidas de protección
necesarias), una ciudad en ruinas completamente invadida por una frondosa
vegetación que incluso se desarrolla en el interior de las casas abandonadas,
acompañada de poblaciones de insectos, aves y otros animales a pesar de la
elevada contaminación de la zona, solo 30 años después del desastre. Aunque
muchos de esos animales padecen los efectos de la contaminación radiactiva,
algunos pájaros y ratones, aparentemente sanos, parecen dar tempranas muestras
de una rápida adaptación evolutiva. Por lo que estos ejemplos dejan ver, el
planeta se acostumbraría muy rápidamente a nuestra ausencia.
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