… Pero para que podamos responder adecuadamente, en todas sus repercusiones, a la compleja situación que la pandemia deja ver, es importante que entendamos previamente la naturaleza y la magnitud de esta situación.
UNA SUERTE EN LA QUE NO PODEMOS CONFIAR
Ante la flagrante imprevisión general, que ha puesto de relieve nuestra ingenua
confianza en una seguridad que damos por supuesta, es importante advertir que
la inesperada pandemia pudo haber sido peor. Mucho peor. La enfermedad podría
haberse transmitido por el aire. No ya en la proximidad de los afectados, como de
hecho se transmite, sino a larga distancia, como el polen, o la contaminación
atmosférica. O a través de los alimentos. O del agua. El virus pudo haber sido
resistente a los desinfectantes, a los fármacos…, o mucho más contagioso, o
difícil de detectar. Podría haber atacado principalmente a los niños… O podría ser
que nuestros avances científicos y tecnológicos fueran incapaces no ya de
detener su propagación (como, en efecto, ha sucedido), sino incluso de hacerle
frente —lo que, por fortuna, hasta donde podemos prever y constatar, no es el
caso. Dentro de la innegable gravedad de la situación, hemos tenido suerte de
que la pandemia que nuestros científicos han bautizado COVID-19 y que se ha
extendido tan rápidamente por el mundo, tenga una tasa de mortalidad global inferior
al 2%, si bien en el grupo de mayores de 80 años llega hasta casi el 8%. A
pesar de las bajas cifras, dado que la propagación del virus es mundial, esos
porcentajes multiplicados por el número de habitantes arrojan unas cantidades impresionantes. Recordemos que la población del planeta alcanza hoy casi 8 mil millones de
personas, concentradas principalmente en ciudades, donde los contactos son
frecuentes, y que alrededor de un 15% (más de mil millones) son mayores de 65
años, considerados, en función de la edad, población de riesgo (en algunos
países, como España o Italia, este porcentaje es aún mayor). No obstante, las cifras
de mortalidad, que pueden variar según los factores de cálculo, son indudablemente
bajas si las comparamos, por ejemplo, con las de la peste, la otra gran
pandemia que arrasó Europa en otra época y cuya mortalidad aún hoy, en los
casos no tratados, es superior al 60%.
Pero, como se sabe, no basta con tener suerte. Hay que saber aprovecharla.
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