sábado, 16 de mayo de 2020

¿QUÉ NOS ENSEÑA LA PANDEMIA MUNDIAL? (2)



En la entrega anterior decíamos que desde los años 70 del siglo pasado el mundo no había conocido ninguna pandemia de proporciones globales, por lo que esta nos cogió por sorpresa...


LA «CIENCIA FICCIÓN» NO ES FICCIÓN

… O no tanto. Al menos no fue una sorpresa para los más avisados, que nunca son muchos. Unos pocos autores de ciencia ficción, pero también científicos y organismos sanitarios (y hasta alguna personalidad pública) habían advertido en ocasiones de la posibilidad de una epidemia que llegara a afectar a toda la población mundial, quizás como resultado del abuso de los antibióticos, que podía provocar el desarrollo de cepas resistentes a los fármacos, o por la dispersión (accidental o no) de agentes patógenos procedentes de laboratorios de investigación, algunos creados genéticamente, o por el salto de virus o bacterias de una especie a otra, o incluso por la llegada de microorganismos en meteoritos procedentes del espacio. Se trataba, decían los pocos visionarios, de una auténtica amenaza global contra la que no estamos preparados, y cuya defensa haríamos bien en priorizar por encima de nuestros antagonismos geopolíticos y económicos. Los políticos, y sus consejeros militares y económicos, no prestaron atención.

Por eso, la aparición de la pandemia ha sorprendido a todos los países, obligados a reconocer de un día para otro la artificialidad de sus fronteras ante un enemigo natural que las ignora y que avanza más rápido que los estragos del cambio climático. Frente al súbito descubrimiento de una inesperada vulnerabilidad que traspasa nuestros límites nacionales con más facilidad que los geográficos y que se burla de nuestros adelantos médicos y tecnológicos, ha habido que aislar a los afectados y poner espacio entre el resto de la población para evitar más contagios. A falta de mejores medidas de protección, la disminución de los contactos físicos ha llevado a paralizar o reducir drásticamente los traslados, el intercambio social y la mayoría de los trabajos en casi todas partes. Los políticos, incluso los que en un primer momento se negaban a aceptar la seriedad de los contagios, empezaron a hablar de la pandemia como de una guerra, y comparan, en el lenguaje efectista al que recurren con frecuencia, la necesaria recuperación económica que vendrá después con una situación de posguerra. Un disparate. Los que han estado tan dispuestos en tantas ocasiones, movidos por intereses hegemónicos, a desatar o apoyar guerras, incluso con posibles repercusiones mundiales, de pronto no saben distinguir los estragos de una guerra de los de una pandemia. No es de extrañar: los políticos son ignorantes de la historia. En una guerra, además de muertes y todo tipo de atrocidades, que eclipsan casi por completo cualquier vestigio de humanidad, la destrucción alcanza al arte y la ciencia, la economía y la cultura, la infraestructura institucional, comunicacional y urbana, la cadena alimentaria y productiva… Todo lo que hay. Y cuando, por fin, la pesadilla termina, quedan temores, odios y rencores, a veces dolorosamente patentes y cercanos, que son difíciles de superar. En cambio, cuando la pandemia pase (porque esta, por fortuna para nosotros, pasará), los sobrevivientes (que, por fortuna, y a diferencia de lo sucedido con la peste en la Edad Media, serán muchos) retomarán sus actividades sobre un fondo estructural prácticamente intacto. La recuperación, sin los traumas de una guerra, debería ser rápida, como seguramente lo será, a pesar de predicciones agoreras. Desde luego, siempre que tomemos las precauciones necesarias para evitar nuevos contagios y, sobre todo, que sepamos adaptarnos, económica y socialmente, a la realidad que la pandemia ha puesto y seguirá poniendo en evidencia.  



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