jueves, 2 de junio de 2022

Qué harán los gobiernos cuando el clima mundial empeore

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Dada nuestra tendencia a ocuparnos únicamente de lo que sucede bajo nuestras narices ―al fin y al cabo, pensamos erróneamente, tampoco podemos hacer nada por lo que pasa en otros lugares del mundo―, olvidamos pronto las manifestaciones más dramáticas que nos traen las noticias acerca del cambio climático, que por ahora se observan principalmente en el derretimiento de los polos, cumbres montañosas y glaciares, donde no hay poblaciones humanas, en los arrecifes de coral, convenientemente ocultos bajo las aguas para quien no quiere ver, y en las costas del Pacífico, muy alejadas de la mayoría de los núcleos empresariales y centros financieros mundiales. Aunque los huracanes, tormentas e inundaciones están afectando más directamente y con más fuerza que antes a grandes poblaciones urbanas,[1] los desastres que ocasionan se circunscriben todavía a determinadas zonas y a periodos limitados de tiempo. Otros efectos, por ahora, son irregularidades climáticas como aumentos o disminuciones súbitas de temperaturas locales, bruscas irrupciones de lluvia o granizo, u olas de calor fuera de temporada. Pero, ¿qué pasará cuando los problemas que todavía queremos ver lejanos llamen a nuestra puerta, cuando los desórdenes climáticos que van en aumento afecten a áreas más extensas, cuando las sequías sean más prolongadas y los incendios, que ya han forzado inesperados desalojos temporales, resulten aún más difíciles de controlar…? No es una pesimista proyección hipotética, sino un hecho científico gradual, tan cierto como puede serlo cualquier proceso científicamente observable.

 

Para aquilatar adecuadamente la magnitud de un proceso gradual, es útil extrapolarlo a sus extremos. Imaginemos por un momento que las consecuencias científicamente predecibles del cambio climático han alcanzado a todo el planeta ―lo que, al ritmo de las emisiones actuales, como indica el Informe del IPCC, será antes de que termine este siglo cuyo primer cuarto, recordemos, está finalizando. Es fácil prever, basándonos en lo sucedido en situaciones similares a escala local, que los gobiernos tomarán medidas urgentes para limitar las pérdidas humanas, la destrucción de infraestructuras y la escasez de suministros, trasladar y atender al número de afectados, incluidos posibles desplazamientos masivos, y para prevenir posibles disturbios o saqueos. Muchos países democráticos declararán estados de emergencia o excepción (algunos lo hicieron recientemente con la pandemia de COVID-19) para imponer medidas obligatorias, las cuales contarán, al menos al principio, con el apoyo de la mayoría, ya que ante una situación catastrófica la población espera, y reclama, la intervención de las autoridades. En este caso, la extensión y la persistencia de los problemas podría llevar a establecer controles militares y quizás incluso la ley marcial en muchos lugares, lo que implica la supresión de derechos ciudadanos. Muy probablemente se limitará la libertad de expresión y se impondrán restricciones a los medios (incluidas, desde luego, las comunicaciones por internet), si no se intervienen directamente para evitar la propagación de negacionismos y opiniones que puedan entorpecer la aplicación de los controles. Es posible que, al agravarse algunos problemas, incluso se llegue a detener a los opositores más activos. En el aspecto económico, la paralización de las actividades de amplios sectores por los desastres naturales supondrá cargas adicionales para los gobiernos, que ahora no podrán recurrir a préstamos o financiaciones internas ni tampoco externas (como hicieron durante la pandemia) porque las dificultades económicas y la más que probable caída de las bolsas alcanzará a todos los países. Diversos organismos ya han hecho estos cálculos. Según el Cuarto Informe Nacional de Evaluación del Clima entregado en 2018 al gobierno de los Estados Unidos, además de las innumerables muertes ocasionadas directamente por el exceso de calor, las consecuencias del cambio climático significarán, solo para ese país, pérdidas por varios cientos de miles de millones de dólares durante el transcurso de este mismo siglo. A pesar de lo que esto implica, no será lo peor. Porque con la impredecibilidad de las condiciones climáticas, la alteración del entorno natural, la destrucción de viviendas e infraestructuras, la desaparición de medios y fuentes de trabajo, y la falta de servicios y suministros, el dinero dejará de tener valor cuando la prioridad sea sobrevivir.  

 

Hasta aquí nuestro ejercicio de extrapolación. Un panorama que no difiere del que presentan los científicos y organismos preocupados por el clima, que desde hace tiempo divulgan grupos activistas y que nos hace ver dramáticamente una parte de la literatura y el cine recientes.

 

Dado que el cambio climático es un proceso gradual, es muy probable que los gobiernos empiecen a tomar algunas de esas medidas, empezando previsiblemente por las menos coercitivas, antes de mediados del siglo, cuando los problemas lleguen a ser aquí y ahora en determinados sitios, esta vez sin beneficios económicos que compensen la gravedad de la situación, lo que podría suceder alrededor de 2040 ―¡dentro de escasos 20 años! La pregunta es si aún estaremos a tiempo de aminorar el avance del calentamiento global (véase la entrega más reciente del Informe del IPCC: 2022: Mitigation of Climate Change o si la supresión, por fin inmediata y obligatoria, de los procesos contaminantes y la aplicación urgente y sin excepciones de las medidas de conversión energética, que necesariamente se irán extendiendo a otros lugares, no llegarán demasiado tarde. No sabemos si el freno que apliquemos en el último momento podrá impedir que el aumento gradual de las temperaturas prosiga hacia niveles cada vez más intolerables.  

 

Al final, el empecinamiento de algunos poderosos por mantener el actual modelo económico y la inacción de los políticos que les han seguido el juego traerán para todos la pérdida de libertades civiles, la ruina de la economía y el empeoramiento drástico de nuestras condiciones de vida… en un planeta que será cada vez más inhóspito.   

 

Lo que en parte nos ha llevado a la situación actual es la nefasta conjunción ―por desgracia, no demasiado rara― de desmesurados intereses económicos con el poder político…, a veces incluso en una misma persona. Convendría, mientras aún tenemos libertades, que los electores revisáramos nuestros criterios de elección. Donald Trump, cuando estaba en la Casa Blanca, tras recibir el mencionado Informe de Evaluación del Clima respaldado por más de 300 científicos acerca de los efectos del cambio climático sobre el medio ambiente, la salud y la economía, hizo a un lado las 1600 páginas de detallados análisis técnicos con las palabras «No me lo creo». ¿Puede haber mayor muestra de estupidez?



[1] En 2020 se registraron 30 tormentas tropicales, más de tres veces la frecuencia de hace un siglo. El huracán Ida, que golpeó en 2021 las costas del sureste de los Estados Unidos, alcanzó la categoría 4 (el máximo nivel de la escala es 5). Fue el peor en el estado de Louisiana en los últimos 165 años.

 

Cómo avanza el cambio climático

 

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