martes, 11 de agosto de 2020

EL FARO (Reseña cinematográfica)


 

 

 

 

 

 

 

The Lighthouse (2019)  

Director: Robert Eggers

Guion: Robert y Max Eggers

 

Un lugar extremo y apartado del mundo (un faro). Dos hombres solitarios. El joven que —descubriremos— huye de un pasado turbio, y el viejo que, tras un pasado también turbio, se ha instalado en una rutina de años que hace su vida llevadera. Obligados por las consecuencias de su propia decisión a compartir una soledad autoimpuesta, desconfían uno del otro, se vigilan mutuamente, se acechan. El viejo parece estar siempre detrás del joven, conociendo cada movimiento. Dirigiéndolo. El joven espía al viejo con ávida curiosidad. A ratos confraternizan, pareciendo olvidar su relación jerárquicamente desigual, que se impone una y otra vez. Intuimos que, de algún modo, ambos son o prefiguran uno mismo.

 

Esa intuición cobra realidad a través del simbolismo de los nombres, que se revela ya avanzada la trama: es tal el deseo de ser otro, de ocultarse de sí mismo, que uno de ellos ha adoptado el nombre de otro hombre, ya muerto. En la hora de las confidencias desaparece el pseudónimo y se muestra la identidad de los nombres de ambos habitantes del faro.

 

Obligados, esta vez por las circunstancias, o quizás por una causalidad supersticiosa que uno de ellos desdeña y que su rabia contenida le lleva a desafiar, su convivencia se prolonga más allá de lo que ambos desean y estarían dispuestos a soportar. La violencia de los elementos, el mar embravecido cuyas olas alcanzan adonde parece imposible, es un caótico reflejo del caos interior de quien quiere huir y no puede, y del otro caos sosegado de quien hace tiempo ha aprendido a huir de sí mismo. Un caos compartido que, para ser completo, participa por igual de la furia de la naturaleza y de la imaginación desatada, acaso compuesta por igual de hechos y de deseos, de realidad y fantasía, de la necesidad y la imposibilidad de escapar de una situación extrema, en sus dos vertientes: el mundo exterior incontrolable y la presencia inevitable del otro que es reflejo de uno mismo. Una situación que, intuimos, solo puede desembocar en desastre.  

 

El director y guionista (junto con su hermano Max) Robert Eggers nos ofrece este film rodado en blanco y negro —una forma de resaltar no solo la dualidad presente de varias maneras en la historia, entre dos tiempos de la vida de dos hombres que quizás sean uno solo, la confrontación de la naturaleza con el alma de los protagonistas, la realidad y la imaginación, ambas incontrolables— y en pantalla cuadrada, a la vez inquietante (por lo que oculta a la visión periférica) y con un sabor a cine clásico, con reminiscencias de Bergman e inevitables referencias a la literatura marítima (principalmente de Herman Melville). Un ambiente claustrofóbico donde la hostilidad de los elementos en los espacios abiertos hace preferir la hostilidad de los personajes en los espacios interiores. Un duelo interpretativo entre Willem Dafoe, veterano actor que ha encarnado desde villanos hasta personajes sublimes (como Jesucristo, bajo la dirección de Scorsese), y el joven pero en modo alguno novato Robert Pattinson, principalmente célebre por la serie Crepúsculo, que en ningún momento le va a zaga al maestro. La película destaca, además de por la magistral actuación de ambos protagonistas, por su logradísima ambientación, su cuidada atención a los detalles y esa inquietud que transmite desde el inicio y que hace esperar la aparición de la tragedia en cualquier momento. La historia es una clara alegoría de lo que es o lo que puede ser la vida, la soledad, la huida de uno mismo, la compleja relación con el otro.

 

No obstante, gran parte de la reflexión que suscita es posterior a su visión, y las reminiscencias iniciales de Bergman se quedan en la apariencia formal principalmente suscitada por el formato cuadrado en blanco y negro, la escasez de personajes y algunos acercamientos; es difícil evitar pensar que esos acercamientos pudieron aprovecharse para una mayor introspección de los caracteres, y que quizás la prolongación de las primeras imágenes no habría sido un punto excesiva si hubieran dado paso a un estudio más detallado de sus motivaciones internas (el desvelamiento de la pseudoidentidad que hemos mencionado llega ya muy avanzada la cinta). Carencias que podrían haber dado al traste con la obra, que a lo largo de la trama parece centrarse más en lo anecdótico que en la exploración personal o en el descubrimiento del otro, de no ser por la reiterada contenida oposición entre los personajes, el entorno hostil que la refleja brutalmente y la caótica complejidad de las imágenes del mundo interior a medida que avanza el relato.

 

En suma, una película que, pese a sus debilidades, vale la pena ver por la magistral puesta en escena, la magnífica actuación y los sugerentes contenidos subyacentes.                                           

 

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