viernes, 4 de marzo de 2022

Zelensky vs Putin

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Cada vez que aparece en nuestras pantallas el presidente de Ucrania tengo la sensación de que la figura de ese hombre común, que se muestra ante el mundo sin ninguna escenografía, con una simple camiseta y la incipiente barba de quien no ha tenido tiempo de afeitarse entre los bombardeos que golpean a su país, la figura de ese hombre, digo, acorralado ante el avance imparable de su vecina superpotencia, de la que no ha querido huir teniendo oportunidad de hacerlo, se crece cada día como un ejemplo de sencilla integridad frente al empuje de quien tiene el innegable poder para aplastarlo, pero que nunca podrá doblegarlo. Ni a él ni a su pueblo que, destruido, con sus familias diezmadas y sin hogar, y con la certeza casi absoluta de la derrota inminente, ha decidido resistir hasta donde le den las fuerzas ―lo que en muchos casos puede significar, literalmente, hasta la muerte. Una población civil no guiada por la retórica ampulosa de un político que, buscando mantener su prestigio y su poder, empuje a las masas a apoyar su propio proyecto personal (lo que, por desgracia, el mundo está más acostumbrado a ver), sino por la determinación de cada uno de esos hombres y mujeres de todas las edades, combatientes voluntarios, muchos de los cuales han acudido abandonando una existencia más tranquila fuera de su país para enfrentarse al formidable ejército que los supera ampliamente en número pero no en valentía ni en dignidad.

 

Frente a esa imagen, la del invasor: el mal llamado «presidente» de un país sometido a su voluntad, tras haber amañado la legislación (como acostumbran hacer los dictadores) para darse una apariencia de legalidad que no engaña a nadie. El estudiado escenario de sus apariciones, su cuidado aspecto y su educado estilo contrastan con su retorcida personalidad, su siniestro pasado y la crueldad de sus intenciones, que su aviesa mirada no puede ocultar. Este sujeto, con la misma pulcritud y elegancia que exhibían los nazis, acusa de nazismo a quien en esta ocasión hace blanco de su paranoia, sin reparar (tal es su escasa inteligencia) en que Zelensky es judío, hijo y nieto de judíos, que su abuelo luchó en el Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial, y que algunos de sus familiares fueron víctimas de los nazis. Dime de qué acusas y te diré lo que eres. Las mentiras que Putin fabrica para intentar justificar sus tropelías traen a la mente la célebre frase de Unamuno ante otro avance imparable y brutal: «Venceréis, pero no convenceréis». Una prueba de que sus mentiras no convencen fuera de su país, donde no puede reprimir la disidencia, ha sido la histórica condena de las Naciones Unidas por una amplísima mayoría, de más de tres cuartas partes de los países votantes, a su invasión (palabra que él ha prohibido utilizar en Rusia), que solo han respaldado cuatro países aparte del suyo, otras tantas dictaduras.

 

Así como Zelensky es ya un referente de la voluntad y el coraje del pueblo ucraniano, cada aparición de Putin ante las cámaras, con su falsa pulcritud y su boato, su torcida interpretación de la historia y su presuntuosa y amenazante retórica dirigida a todo el que se oponga a sus intereses, contribuye cada vez más a dejar en evidencia al tirano. En su Retrato de Dorian Grey, Wilde supo retratar muy bien el envilecimiento que puede esconderse bajo las apariencias más refinadas.

 

No me resisto a copiar aquí un breve relato anónimo con base histórica de las Crónicas de los Reinos Combatientes, época convulsa que vivió la antigua China (por cierto, China no ha respaldado a Putin, a su pesar, en la votación de las Naciones Unidas) entre los lejanos años de 481 a 221 antes de Cristo. Ya entonces había déspotas como Putin y hombres íntegros como Zelensky. Copio, además, el excelente prólogo que escribió a este texto en 1967 el periodista argentino Rodolfo Walsh, asesinado por la dictadura de su país (otra más, sí) diez años más tarde, en parte por su inesperada actualidad, pero también por su innegable valor literario y porque difícilmente podría expresarse mejor:

 

 

Seguramente hay cuentos más importantes que éste. Lo elijo, primero, porque tengo un prejuicio a favor de la literatura breve. Hablo de rendimiento: la proporción entre lo expresado y el material requerido para expresarlo. Mi segundo motivo es un prejuicio a favor de la literatura útil. La cólera de un hombre común plantea de manera perfecta las relaciones entre el poder arbitrario y el individuo; entre ese poder y la suma de individuos que forman un pueblo. Da el comienzo y la solución del conflicto. […] En lugares del mundo cada vez más próximos, simples particulares se han visto “obligados a encolerizarse” como T’ang Tsu y a proponerse como cadáveres antes que hombres mediocres. La retórica del poder arbitrario no ha cambiado mucho en veinticuatro siglos. El rey de T’sin hablaba de ríos de sangre y millones de muertos. En 1967, en Vietnam, oleadas de bombarderos B-29 y lluvias de napalm ejercitaron diariamente ese tipo de pensamiento.

Es terrible, sin duda. Pero en el campo de las decisiones individuales, el epigrama de T’ang Tsu sigue brillando con un fulgor compulsivo: “Cadáveres aquí no hay más que dos”.

 

―Rodolfo Walsh     

        

 

El rey de T’sin mandó decir al príncipe de Ngan-ling: «A cambio de tu tierra quiero darte otra diez veces más extensa. Te ruego que aceptes mi demanda». El príncipe contestó: «El rey me hace un gran honor y una oferta ventajosa. Pero he recibido mi tierra de mis antepasados príncipes y desearía conservarla mientras viva. Lo siento, pero no puedo aceptar ese cambio».

El rey se enojó mucho, por lo que el príncipe le envió a T’ang Tsu como embajador. El rey le dijo a este: «Tu príncipe no ha querido cambiar su tierra por otra diez veces más grande. Si tu amo ha conservado su pequeño feudo, cuando yo he destruido a grandes países, es porque hasta ahora lo he considerado un hombre venerable y no me he ocupado de él. Pero si sigue rechazando su propia conveniencia, entonces se está burlando de mí».

T’ang Tsu respondió: «No es eso, señor. El príncipe quiere conservar la heredad de sus abuelos. Así le ofrecierais un territorio veinte veces, y no diez veces mayor, igual se negaría».

El rey, enfurecido, dijo a T’ang Tsu: «¿Sabes lo que es la cólera de un rey?». «…No», respondió T’ang Tsu. «La cólera de un rey son millones de cadáveres y la sangre que corre como un río en mil leguas a la redonda», dijo el rey. T’ang Tsu preguntó entonces: «¿Sabe su majestad lo que es la cólera de un hombre común?» El rey replicó, riendo: «¿La cólera de un hombre común?… Es perder su dignidad y alejarse descalzo golpeando el suelo con la cabeza». «No», dijo el leal T’ang Tsu: «Esa es la cólera de un mediocre. Cuando un hombre de valor se ve obligado a encolerizarse, cadáveres aquí no hay más que dos, la sangre corre apenas a cinco pasos… Pero todos los rincones del reino se visten de luto. Hoy es ese día». Y con estas palabras, T’ang Tsu se levantó desenvainando la espada.

El rey palideció, saludó de nuevo humildemente y dijo: «Maestro, vuelve a sentarte. ¿Para qué llegar a esto? He comprendido». *

 

 

Por más que a veces la realidad supere a la ficción, sabemos que, fuera del espacio literario, T’ang Tsu no habría salido vivo de aquel encuentro. La frecuente cobardía del poder no siempre se revela con tanta evidencia, y el rey habría tenido esbirros dispuestos a eliminar al emisario tan pronto este diera la espalda, lo que probablemente sucedió en realidad. Aunque con ello el ignominioso monarca solo habría conseguido resaltar el abismo moral existente entre los dos hombres… Lo que puede haber sido el origen del relato, ya que al parecer se inspira en hechos reales. De manera similar a como la estatura moral de Zelensky y los ucranianos a quienes representa destaca frente a los Putin de todas las épocas quienes, carentes de valores humanos que están fuera de su alcance, solo saben arremeter con fuerza bruta.

 

 

* Me he basado principalmente en la versión de la Anthologie Raisonnée de la Littérature Chinoise, de G. Margoulies, que es la prologada por Walsh, y que he confrontado con la traducción directa del chino publicada por La Liebre Libre en Estrategias de los Estados Combatientes, de calidad muy inferior. 

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